martes, 7 de febrero de 2012

¿Qué sentido tiene el celibato?

El capítulo 7 de la carta a los Corintios contiene un consejo de San Pablo que hoy resulta ser de las cuestiones que el mundo actual menos entiende del cristianismo: la vocación al celibato.

San Pablo transmite su propia experiencia, su propio don. Su vivir en exclusiva para Cristo. Su celibato, que él desearía que fuera para muchos. Y lo hace, diría que con entusiasmo.

Un cristiano debería tener una gran estima por el celibato. Es la forma de vida que Dios asumió para sí en su encarnación (es decir, la vida que Él quiso vivir como hombre), y la que pidió a las personas que tuvo más cerca: la Virgen, San José, los Apóstoles. Es un dato bastante indicativo de su grandeza.

Para valorar el celibato, es necesario entender de qué se trata. Para esto hay que entender qué es el amor y el sentido de la sexualidad.

Este artículo no pretende desarrollar un estudio sobre el celibato, sino solamente acercarnos a entender de qué se trata; es decir, qué es lo que vive quien decide ser célibe (ya desde el comienzo anticipo que es mucho más que un simple no casarse).

A un mundo erotizado como el nuestro se le hace muy difícil entender el amor. Obsesionado, de un modo casi enfermizo con el sexo, se hace incapaz de amar. Y cuando pretende excluir a Dios de la vida, le resulta absolutamente intolerable que haya personas que renuncien al sexo por Dios. Lo constataba Benedicto XVI:

Para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene nada que ver, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. ¡Y esto debería desaparecer!

Efectivamente, el célibe vive a Dios como una realidad que llena la vida, le da sentido, es capaz incluso de provocar esta renuncia que a algunos parece tan imposible.

Entenderlo

El celibato es un don, no una imposición de la Iglesia. Muchas veces me han preguntado –en ocasiones de forma casi patotera-: ¿por qué los sacerdotes no pueden casarse? Siempre respondo que a mí nadie me persigue con una pistola para impedir que me case. Recibí una vocación maravillosa para dedicar mi vida entera a Dios. Amo mi vocación, por eso no es que no pueda casarme, es que no quiero casarme.

Por otro lado, si bien es cierto que el celibato tiene como consecuencia práctica que quien lo asume no se case, no consiste esencialmente en no casarse, sino en dedicar la vida entera a Dios. El mero no casarse no es vivir el celibato (una persona puede no casarse por muchos motivos y vivir de muchas maneras).

En qué radica la esencia del celibato. Cuál es su razón de ser. ¿Por qué Dios llama a muchos al celibato y éstos lo asumen gustosamente? ¿Consiste sólo en negarles el matrimonio? ¿Es sólo una cuestión sacrificial? No.

Vocación al amor y su realización

La vocación del hombre al amor como don de sí, se realiza de forma total –por tanto, exclusiva y definitiva- en el matrimonio y en el celibato. No son opuestos: son las dos maneras de realizar la entrega total de sí en el amor. Dios llama a unos por un camino, y a otros por el otro.

El celibato es una entrega de amor a Dios: eso es mucho más que no casarse. Es una entrega positiva. Es la entrega total del corazón y la vida a Dios que realiza la vocación al amor. Y como la entrega total en el ser humano incluye la entrega de la sexualidad –basta mirar lo que sucede en el matrimonio-, la entrega en el celibato, también la incluye.

Es una realidad gozosa, no tortuosa. En el mundo lo viven más de 400 mil sacerdotes (y más de cien mil seminaristas que se dirigen al sacerdocio), más de 700 mil religiosas y muchos fieles laicos (aquí son más difíciles las estadísticas). Es decir que estamos hablando de un género de vida que asumieron y hoy viven libremente bastante más de un millón de personas.

Y no son infelices: la revista Forbes en noviembre 2011 publicó un estudio de la Universidad de Chicago sobre las profesiones más felices del mundo. Sorpresa: el sacerdocio es la primera de la lista.

No es mera soltería.

Puede resultar curiosa la crítica constante al celibato en un mundo en el que parece ponerse de moda no casarse. Esta aparente paradoja nos puede ayudar a entender mejor qué es el celibato. Así lo explica el Papa:

Este no casarse es algo totalmente, fundamentalmente distinto del celibato, porque el no casarse (postmoderno) se basa en la voluntad de vivir solo para sí mismos, de no aceptar ningún vínculo definitivo, de tener la vida en todo momento en una autonomía plena, decidir en cada momento qué hacer, qué tomar de la vida; es por tanto un “no” al vínculo, un “no” a la definitividad, un tener la vida solo para sí mismo. Mientras que el celibato es precisamente lo contrario: es un “sí” definitivo, es un dejarse tomar de la mano por Dios, entregarse en las manos del Señor, en su “yo”, y es por tanto un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este “no”, de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere entrar en un vínculo; es precisamente el “sí” definitivo que supone, confirma el “sí” definitivo del matrimonio.

Cuando me hablan de novios que se van a vivir juntos, me da mucha lástima. Me apena que no se quieran. Bueno, al menos que no se quieran lo suficiente. Están dispuestos a compartir la cama y los gastos del departamento por algún tiempo, pero no la vida. El problema es que no se quieren, al menos no lo suficiente para entregarse la vida mutuamente, para tener un proyecto común de vida.

En cambio el no casarse del celibato, es una entrega definitiva, por amor, de la propia vida. Para vivir exclusivamente para ese amor: Para Dios y los demás. Quien lo asume, tiene un gran proyecto de vida con Dios, y quiere que sea definitivo.

El celibato en la Iglesia tiene un apellido, es apostólico. Celibato apostólico: dar la vida a Dios por los demás, por su salvación. Y esta entrega amorosa consigue una gran fecundidad espiritual: hace muy fecunda la propia existencia. De modo que el paralelismo con el matrimonio es bastante completo.

Entonces se comprende que su razón de ser no es sólo una cuestión funcional. Obviamente la disponibilidad de los célibes es muy útil para la tarea apostólica, pero es no el motivo que justifica el celibato. Es una realidad positiva, vocacional, una forma de realizar la vocación al amor que tiene todo hombre, toda mujer, que llena de fecundidad la vida.

¿Es muy difícil ser célibe? No es fácil, exige esfuerzo, como también lo exige el éxito en el matrimonio. ¿Cuesta mucho? Depende del amor con que se viva.

Siendo una entrega de amor, se entiende la gran importancia que tiene para el célibe la vida interior: su relación personal de amor con Dios. Esto es válido para todos los cristianos, pero para los célibes adquiere una relevancia especial, ya que en ella está en juego la intimidad que justica el celibato mismo. Lo mismo puede decirse de su generosidad apostólica. El célibe no es un solterón –en el sentido despectivo del término-, sino una persona que vive una entrega de amor, dedicada a los demás.

Valorar

Venid en post de Mí. Dejá todo por Mí, viví conmigo y para Mí. Los Apóstoles se entregaron por amor, lo mismo hicimos los muchos millones de célibes a lo largo de la historia de la Iglesia. Entrega por amor: al amor infinito de Dios, para establecer una comunión de vida.

Un don de Dios para algunos, siempre serán una minoría, pero minoría no significa pocos: son muchos los llamados a vivir el celibato.

Rezar por las vocaciones al celibato. La Iglesia las necesita está es juego se vitalidad –y es signo de la misma: una Iglesia que no fuera capaz de mover a la entrega total de Dios, sería una Iglesia muerta. Aquí se ve su fuerza, su vitalidad, su credibilidad. Es su tesoro.

Rezar no sólo en general, desearlo en la propia familia. Don de Dios para la familia. Una madre de dos hijos chiquitos –el segundo tiene un año, la mayor es una chica-, me hizo reír recientemente con su insistencia. Me decía: rece por Fulano –su hijo de un año-que tiene que ser sacerdote. Dios lo llamará o no, pero su madre reza con entusiasmo para que lo llame. Es un buen termómetro del espíritu cristiano de una familia. Si uno deseara vocaciones al celibato en general, pero fuera del propio entorno, mostraría que no las valora demasiado… Una madre de familia numerosa, sus hijos iban creciendo y ninguno parecía tener síntomas de una vocación de entrega total; me contaba que es su oración, le decía a Jesús, un poco protestando: ¿es que no te gustan mis hijos?

Castidad, condición de la vocación al amor

Para realizar la vocación al amor, tanto en el celibato como en el matrimonio, requiere una virtud fundamental: la pureza. “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”. Pero no se refiere sólo a que verán a Dios en la otra vida, sino a que ya aquí lo pueden ver. Y hay más: como Dios es amor, se podrían cambiar los términos de la bienaventuranza y decir: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán el amor, lo experimentarán. Bienaventurados porque son capaces de amar.

Sólo un amor puro es puro amor

La pureza es condición de un amor puro en sentido propio: amor puro es un amor que es puro amor: sin mezcla, limpio, auténtico, no contaminado, libre de corrupción. No sólo a Dios, de amor puro a los demás.

La impureza contamina el corazón, lo hace incapaz de un amor pleno. Tanto en el celibato, como en el matrimonio. Lo contamina de egoísmo, ese amor corrompido que contamina las relaciones personales. Parece amor, pero es un amor falsificado y como tal no dura, se desvanece dejando un sabor amargo.

¡Cuánto necesitamos la pureza para amar! Nunca ha fracasado tanta gente en el amor como en nuestros días. Y una de las causas principales de estos fracasos es la falta de pureza: corrompe cualquier corazón, contamina cualquier amor, corroe cualquier relación.

Ante la falta de pureza que contemplamos en el ambiente, hay una actitud que no contribuye a mejorarlo: la queja. Dios nos pide una actitud positiva: empeñarse en levantar el nivel de pureza en uno mismo y en el propio ambiente. Supone mejorar desde el modo de vestir y de mirar –obviamente ambos-, de hablar, de pensar, de divertirse, de bromear, de lecturas y películas que se ven, de relacionarse, etc. Sin complejos, sin obsesiones. Con alegría, con naturalidad, con entusiasmo. Y enseñar el sentido del amor.

Hablar de celibato, hablar de matrimonio, hablar de pureza, es hablar de amor. De ese amor que llena la vida, le da sentido, y por eso mismo, constituye la realización personal.

Tenemos que pedirle a la Virgen que nos ayude a ser grandes difusores del amor en el mundo. Nadie puede amar y enseñar a amar como un cristiano: un seguidor por amor de un Dios que es amor.


P. Eduardo Volpacchio
5-2-2012

NOTA: Las dos citas de Benedicto XVI proceden del Coloquio con sacerdotes en la clausura año sacerdotal (14-6-10).

Fuente: http://algunasrespuestas.wordpress.com/