Querido amigo:
En estas líneas encontrarás un intento de acompañarte en la búsqueda del
sentido de tu dolor, incluso de su valor, porque –no lo dudes– escondido en el
dolor hay algo que puede aportar mucho a nuestra vida, y que nos toca a cada
uno descubrir –y nadie puede hacerlo por nosotros–.
Es un desafío importante. Hay que recorrer un camino que no es
fácil, pero vale la pena intentarlo, ya que está el juego el sentido con
que vivimos el dolor.
Aunque aquí trataré de explicar brevemente algunos puntos, te advierto
que las ideas solas no te aportarán la paz y el consuelo que necesitas. Eso sólo
puede venir de Dios: en los brazos de tu Padre Dios y de la Virgen encontrarás
la serenidad y la compañía que necesitas.
De todos modos, ayuda mucho entender algunas cuestiones, y abre la
puerta a encontrar la verdadera respuesta.
Un primer consejo es que no te hagas preguntas que no tienen respuesta.
Sería como recorrer una calle sin salida, con todo lo frustrante que significa
buscar y no encontrar. Preguntas como ¿por qué a mí? ¿por qué ahora? no
son razonables, ya que la primera tácitamente supondría plantear que el dolor
le vaya a otro... (y eso seguro que no lo deseas) y la segunda, cambiarlo de
momento en la vida... (tampoco arregla el asunto).