Para responder a quien pregunta qué hace la Iglesia con el dinero que recibe, habría que comenzar por analizar primero qué dinero recibe la Iglesia, de quién y para qué.
Y antes de encarar el tema, sería interesante señalar que quienes cuestionan a la Iglesia por este tema, no son precisamente contribuyentes de la misma preocupados por el destino del dinero que ellos aportan… Puede resultar curioso ver tanta preocupación por el uso que la Iglesia hace de un dinero que ellos no han aportado.
Para considerar el tema en su conjunto, es necesario observar que la Iglesia es una institución muy descentralizada. Cada diócesis es autónoma -de hecho cada Obispo gobierna con autoridad propia (no es un delegado del Papa)- también económicamente. Cada parroquia es económicamente autónoma (aunque las diócesis se organizan para equilibrar las parroquias de las zonas más ricas con las de las más pobres). Cada institución, orden religiosa, movimiento, asociación, etc., es independiente económicamente y se organiza por su cuenta.
Así cada una gestionará sus recursos y los administrará. Por eso no cabe hablar de la Iglesia en términos económicos como si fuese una multinacional, que manejara cantidades enormes de dinero: no existen unas finanzas globales de la Iglesia. La Santa Sede –el Vaticano- tendrá las suyas (considerando que además de las cuestiones pastorales, tiene los gastos de un Estado independiente, como por ejemplo, los de las embajadas en todos los países -eso son las nunciaturas-). Y cada diócesis, cada institución, cada parroquia, escuela, universidad, hospital, dispensario, orfanato, leprosario, etc., según de quien dependa en concreto, organizará sus ingresos y gastos.
Lo cual es bastante lógico: cada comunidad debería auto sostenerse y ayudar a las demás (las misiones, por ejemplo).
¿En qué se gasta el dinero? Como los católicos somos seres humanos, todas las actividades en las que intervenimos tienen un costo económico: es necesario solventar las catequesis, los colegios, pagar la luz de las iglesias y capillas, arreglar techos y todo tipo de mantenimiento de edificios, pagar sueldos de sacristanes, secretarias parroquiales, comprar tizas para pizarrones y velas para el culto, ponerle nafta a los autos, y otros innumerables gastos de todo tipo (las lista sería inacabable). Aquí encontramos una clave fundamental para la respuesta que estamos dando: no existe un dinero que la Iglesia tenga, previo a las necesidades, que habría que buscar en qué invertir o gastar, sino que se buscan fondos para financiar las necesidades reales que existen. Es más, normalmente, son mucho más grandes las necesidades que los recursos.
¿De dónde proceden estos recursos? Según hemos dicho, habría que ver, caso por caso. En los colegios se suele pagar una cuota como en todos los colegios del mundo; los hospitales tendrán su fuente de financiamiento (que desconozco en concreto, pero supongo similar al del resto de los hospitales); etc. Casi todas las iniciativas pastorales, educativas, sanitarias, etc., son deficitarias, lo que exige siempre buscar lo que falta para llegar a fin de mes… En general, las contribuciones salen de los fieles: son ellos los que sostienen la Iglesia. Incluso en los pocos países en los que el Estado recauda un impuesto que los ciudadanos deciden a qué confesión religiosa se destina (caso Alemania, España), la Iglesia recibe lo que sus fieles orientan a Ella.
Muchos de los fondos que recibe la Iglesia proceden de donaciones, en cuyo caso la cuestión fundamental a tener en cuenta es el destino dado por los donantes. Se trata de uno de los principios más básico de las donaciones: el respeto de la voluntad del donante. ¿Qué hace la Iglesia con el dinero que recibe de donaciones? Lo destina al fin para el que lo ha recibido: el culto, la educación, la asistencia sanitaria, los refugiados, etc.
También existen otras formas de financiarse: en algunos lugares, por ejemplo, la diócesis tiene algunos inmuebles que se alquilan (los fieles los han donado con la idea de que esa renta sirva para solventar las necesidades locales: desde sostener el seminario hasta los tribunales diocesanos, pasando por Caritas y muchas otras necesidades más).
Se puede encontrar una lista de 123.000 instituciones asistenciales que la Iglesia lleva en todo el mundo, al final del artículo El mito de las riquezas de la Iglesia.
En este tema, como en todos los demás, para que la gente entienda es fundamental la amabilidad al explicar las cosas. Si discutimos con ánimo de derrotar al otro, éste se atrincherará en su postura para no ser derrotado, actitud que no lo ayudará a encontrar la verdad. Habrá que ayudar a que se dé cuenta que su planteo no es sólido, en un clima simpático. Lo peor que podemos hacer es enojarnos: quien grita, acusa, insulta, ha perdido la referencia racional, y no conseguirá mostrar la verdad a otros: no se trata de ganar discusiones, sino de iluminar a los demás para que vean las cosas. Habrá que cortar acusaciones gratuitas, animando al otro a aportar datos concretos y no simples intuiciones o repetir lugares comunes sin verificación. Muchas veces quien pregunta lo hace en tono acusador (como dando por supuesto que la Iglesia dispone de gran cantidad de dinero y no se sabe bien qué hace con él); por eso, necesitaremos armarnos de paciencia, para explicar la cuestión con calma, sin entrar en el tono polémico o agresivo.
En nuestro caso, me parece que bastaría con mostrar que los contribuyentes de la Iglesia son voluntarios (nadie los obliga) y que contribuyen porque están satisfechos cómo se usan esos fondos (saben que en la Iglesia hay más honradez que en todos los Estados y empresas).
De manera que, se les puede aconsejar que no se preocupen. Si se acercan a una parroquia, seguramente les mostrarán las cuentas y qué hacen con el dinero. Entonces, se sorprenderán al constatar cómo se puede hacer tanto con tan poco. Y verán que procuramos vivir el desprendimiento de los bienes, que no nos interesa sacar provecho personal de los mismos, que queremos que sirvan para la gloria de Dios, la salvación de las almas y la mejora de las situaciones de miseria en el mundo.
De hecho no existe otra institución que haga tanto por los necesitados como la Iglesia (lo que no quita que todos -los críticos y también cada uno de nosotros- podría hacer más).
Fuente: http://algunasrespuestas.wordpress.com
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