Quiero remarcar varios
puntos antes de examinar los hábitos:
Primero; recuerda que
el crecimiento en estos hábitos diarios son como una dieta o un programa de
ejercicio físico, es un trabajo de proceso gradual. No esperes incorporar
los siete o aún dos o tres de ellos en tu agenda diaria inmediatamente. No
puedes correr una carrera de cinco kilómetros si antes no te has entrenado.
Tampoco puedes tocar a Liszt a la tercera clase de piano. Esta prisa te invita
al fracaso, y Dios quiera que tengas éxito tanto en tu ritmo como en el Suyo.
Debes trabajar cercanamente con tu director espiritual y gradualmente incorporar
los hábitos a tu vida en el período de tiempo que corresponda a tu particular
situación. Puede ser el caso que por las circunstancias de tu vida se requiera
la modificación de los siete hábitos.
Segundo; al mismo tiempo
tu debes hacer el firme propósito, con la ayuda del Espíritu Santo y tus especiales
intercesores, para hacer de ellos la prioridad de tu vida - más importante
que comer, dormir, trabajar y descansar-. Quiero aclararte que estos hábitos
no se pueden adquirir a las corridas. Ese no es el modo como nosotros queremos
tratar a los que amamos. Ellos deben hacerse cuando estemos más atentos durante
el día en un lugar en silencio y sin distracciones; donde sea fácil ponerse
en presencia de Dios y estar con Él. Después de todo, ¿no es más importante
nuestra vida eterna que nuestra vida temporal? Todo esto redundará al momento
de nuestro juicio como una cuenta de amor a Dios en nuestro corazón.
Tercero; quiero dejar
en claro que vivir los hábitos no es pérdida de tiempo. No estás perdiendo
el tiempo, en realidad lo ganas. Nunca conocerás una persona que viva todos
ellos diariamente que sea menos productiva como trabajador o peor esposo o
que tenga menos tiempo para sus amigos o no pueda cultivar su vida intelectual.
Todo lo contrario, Dios siempre recompensa a los que lo ponen a El primero.
Nuestro Señor multiplicará asombrosamente tu tiempo como multiplicó los panes
y los peces y dio de comer a la multitud hasta saciarse. Puedes estar seguro
de que el papa Juan Pablo II, la Madre Teresa o San Maximiliano Kolbe rezan
o han rezado mucho más que la hora y media que se sugiere en estos hábitos
repartidos a lo largo del día.
Primer Hábito
El primer hábito es
el ofrecimiento del día por la mañana; cuando te arrodillas y, utilizando
tus propias palabras o una fórmula, ofreces todo tu día a la gloria de Dios.
Lo que no es simple es lo que sucederá antes del ofrecimiento. "Véncete
cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin
conceder ni un minuto a la pereza.
Si con la ayuda de Dios
te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.
¡Desmoraliza tanto sentirse
vencido en la primera escaramuza! (San Josemaría- Camino, 191)
En mi experiencia pastoral,
quien puede vivir el "minuto heroico" en la mañana y a la noche
va a la cama en el tiempo previsto, tiene la energía física y espiritual a
lo largo del día para parar lo que este haciendo para cumplir los otros hábitos.
Segundo Hábito
El segundo hábito es por lo menos quince minutos de oración
en silencio. Puedes agregar otros quince minutos extras en otro momento
del día. Después de todo, ¿Quién no desea pasar más tiempo con tan excelente
compañía? La oración es una conversación uno a uno, directa con Jesucristo,
preferentemente frente al Santísimo Sacramento en el Sagrario. Esta es tu
hora de la verdad o tu momento superior. Si lo deseas puedes abrirte y hablar
acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón. Al mismo tiempo adquirirás
el hábito de escuchar cuidadosamente y meditar como otra María (Lc. 10.38-42)
para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué te quiere dar. Es aquí
que nosotros comprendemos su dicho "Sin Mí, nada pueden hacer."
Tercer Hábito
El tercer hábito son quince minutos de lectura espiritual que usualmente
consistirá en unos pocos minutos de sistemática lectura del Nuevo Testamento,
para identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador. El resto
del tiempo en un libro clásico de espiritualidad católica recomendado por
tu director espiritual. En cierto sentido, es el más práctico de nuestros
hábitos porque a través de los años leeremos varias veces la vida de Cristo
y adquiriremos la sabiduría de los santos y de la Iglesia junto con la lectura
de docenas de libros, los cuales enriquecerán nuestro intelecto. También podremos
poner las ideas allí expresadas en acción.
Cuarto Hábito
El cuarto hábito es participar en la Santa Misa y recibir la Santa Comunión
en estado de gracia. Este es el hábito más importante de todos los siete
(cfr. Jn. 6, 22-65). Ella debe estar muy en el centro de nuestra vida interior
y consecuentemente de nuestro día. Este es el acto más íntimo, posible del
hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la renovación de Su sacrificio
por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma resucitado. Como el papa Juan
Pablo II dijo en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America "La Eucaristía
es el centro viviente y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera
de la Iglesia se congrega" (n°35).
Quinto Hábito
El quinto hábito es rezar cada día al mediodía el Angelus o Regina Coeli invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico. Esta
es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos. Este es un hermoso
modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños recordamos a Nuestra
Madre durante el día y meditamos sobre la Encarnación y Resurrección de Nuestro
Señor, el cual da sentido a toda nuestra existencia.
Sexto Hábito
El sexto hábito también es Mariano. El rezo del Santo Rosario cada
día y la meditación de los misterios, los cuales versan sobre la vida
de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Es un hábito que, una vez adquirido es
difícil abandonar. Junto con la repetición de las palabras de amor a María
y el ofrecimiento de cada decena por nuestras intenciones, nosotros tomamos
un atajo hacia Jesús el cual pasa a través del corazón de María. El no puede
rechazar nada de Ella.
Séptimo Hábito
El séptimo hábito es un breve examen de conciencia por la noche antes
de ir a la cama. Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y por varios
minutos revisas tu día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado
como un hijo de Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos. También miras
una particular área, la cual tu tienes identificada con ayuda de tu director
espiritual, quien conoce tus necesidades para mejorar y llegar a la santidad.
También puedes hacer una rápida mirada para ver si has sido fiel en los hábitos
diarios que hemos discutidos en este artículo. Luego haces un acto de gratitud
por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contricción por aquellos
aspectos en los que voluntariamente has fallado.
¿Y esa comida no podría hacerse en media hora dejando espacio para la Misa? No olvides que esta media hora es tiempo mal gastado cuando al final del día podrías haberla usado para una buena lectura espiritual, examinar tu conciencia e ir a la cama a tiempo para recuperar energías para las batallas del día siguiente. La lista continúa. Puedes hacer la tuya.
Sé honesto contigo y con Dios. Estos hábitos, vividos bien, nos capacitan para obedecer la segunda parte del gran mandamiento amar a los otros como a nosotros mismos. Estamos en la tierra como estuvo el Señor "para servir y no para ser servido." Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra gradual transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos. Viviendo estos siete hábitos llegaremos a ser personas santas y apostólicas, gracias a Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño, siempre tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia y la devota ayuda de nuestro consejero espiritual para que volvamos a nuestro curso correcto.
Fuente: www.iglesia.org -
Por el Padre John McCloskey
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