domingo, 22 de diciembre de 2019

Perspectiva de género: el inesperado retorno del racionalismo

La tan ansiada libertad
Cualquier persona que comience a adentrarse en el lenguaje de la perspectiva de género, probablemente quedará impresionado por la fuerza con la que se destaca la “autopercepción” y la “autodeterminación”.

En textos de sus autores más conocidos se suele dar a estas categorías que nombran un valor prácticamente absoluto al momento de determinar la identidad de género. Así está reflejado, por otra parte, en el ordenamiento jurídico argentino: el factor “autos”, lo que el sujeto percibe o decide es incuestionable, sagrado.

Una persona “tiene derecho a ser reconocida y tratada” de acuerdo a esa autopercepción y decisión, con todas las consecuencias legales que van aparejadas. Y esta misma persona puede, sin necesidad de dar explicaciones ni fundamentar por qué, autodeterminarse en sentido contrario, cambiando su género –en el DNI y en el plano somático- cuantas veces lo desee.

En el fondo, la identidad de género es algo que yo puedo sentir, percibir y elegir libremente. A este factor tan protagónico hoy podríamos llamarlo –a efectos y didácticos- simplemente Libertad: mis sentimientos y emociones, mis pensamientos y decisiones en relación a mi identidad.



Los “malos de la película”
La insistencia en lo que el sujeto “percibe” y “decide” (factor Libertad) va de la mano muchas veces con el rechazo frontal, explícito e irreconciliable de otros dos factores, que vienen a ser como los “malos de la película”: la biología y la cultura, entendiendo cultura como toda huella que deja la sociedad y la educación recibida en nosotros (los mandatos familiares), a nivel consciente e inconsciente. 

Creo que se puede advertir una solapada desconfianza y una sospecha radical hacia todo lo que viene “dado”: el cuerpo y el “género impuesto por la sociedad”.

Ser libre parece significar liberarse de la “tiranía de lo biológico” y de los “roles heteronormados”, transmitidos éstos últimos culturalmente por la familia y la sociedad. Desde esta visión, alguien sería más inequívocamente libre cuanto más capaz de rebelarse, y menos libre cuanto más acepta.

Se anuncia y celebra, por ejemplo, que la “expresión de género” (es decir, como cada persona expresa su identidad de género en el modo de vestirse, arreglarse, comunicarse, etc) “puede ser algo completamente nuevo”. Me impactó cuando leí por primera vez este “completamente nuevo”. De algún modo se me venían a la mente tantas escenas de mi infancia: “cantás re parecido a tu papá”, “hablás igual que tu mamá”, “me hacés acordar a tu abuelo”. Expresiones que, en esta comprensión de lo humano y la identidad, lejos están de ser deseables.


Una nueva antropología.
Llegados a este punto, podemos darnos cuenta que en la perspectiva de género hay mucho más que una serie de consejos para defender los derechos de las minorías, o comprender las personas en sus diferencias. Benedicto XVI decía hace ya más de 20 años, con tono profético de una “auténtica y propia filosofía del hombre nuevo”, y en 2012 usaba la potente expresión de “revolución antropológica”, que implica una rebelión contra lo biológico.

El individuo aparece así como una especie de substancia intelectual y racional, como una voluntad de poder y conocer, que se relaciona con lo corpóreo y lo histórico de modo libre y extrínseco. 

Personalmente me resulta muy llamativo y hasta fascinante advertir el movimiento pendular innegable en la antropología de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Si durante las primeras fases de la revolución sexual lo preocupante era el reduccionismo biologicista de corte hedonista  –comprender y explicar a la persona principalmente desde su dimensión material y sus tendencias instintivas- hemos llegado con la antropología de género al extremo opuesto. Para decirlo con Benedicto XVI: “Ahora él –el hombre- es sólo espíritu y voluntad

Se ha criticado históricamente a la Iglesia católica por una suerte de “desprecio del cuerpo” o por proponer una mirada sobre el ser humano demasiado “angelista”. Lo cierto es que en la actualidad, la visión antropológica imperante supone una negación de lo corpóreo prácticamente inédita en la historia del pensamiento, reeditando así las más radicales expresiones del racionalismo del siglo XVII.


Intentando ver la parte oculta del iceberg
Indagando las causas de esta manera de comprender lo humano, me ha sucedido ir encontrando una serie casi interminable de factores, por lo que elegir algunos es una tarea compleja.

No obstante, quiero aventurar al menos 3 líneas por las cuales entiendo puede comprenderse mejor la instauración y aceptación de esta visión:

1. Creo que un factor relevante es que en muchas personas su propia experiencia en relación a la cultura ha sido negativa y dolorosa. Estilos educativos muy rígidos y sin una adecuada distinción de lo esencial y lo secundario, vivencias de situaciones familiares marcadas por la violencia o por la distorsión de lo masculino y femenino, suelen favorecer en las personas actitudes de enojo y resentimiento que podrían conducir a la rebelión. La ideología de género y la promoción de esta “revolución antropológica” ofrecen como un “andamiaje conceptual” a la propia vivencia, generando a la vez un sentido de solidaridad con otras personas que han vivenciado algo similar.

2. El influjo de la dialéctica hegeliana y marxista: este influjo es innegable en algunas de las principales autoras de género, quienes utilizan abundantemente contraposición, la lucha y el conflicto y hasta los mismos términos que los citados filósofos. Las categorías de “lucha” y “revolución” fueron aplicadas al principio a “proletarios contra burgueses” fueron aplicadas en un segundo momento a la lucha entre las “clases sexuales”, “mujeres contra varones”. En los últimos años, el pasaje del feminismo al postfeminismo ha implicado aplicar esa misma dialéctica a los elementos configuradores de la persona. Simplificando un poco, creo que podemos decir que en relación a la sexualidad la lucha y la liberación se da entre lo “elegido” (autodeterminación) frente a la opresión de lo “dado” (biología y cultura). En el pensamiento de Hegel, el factor “antítesis” está llamado a “superar” la tesis; Marx, en cambio, al trasladarlo al campo de la economía y la historia, lo entendió y aplicó más bien en el sentido de negar, “derrotar” o “anular”. Así parece que ha pasado a las posturas más extremas de la ideología de género. Es por eso que en la ideología de género no hay alianza posible entre lo dado y lo libre: lo libre debe negar lo recibido.

3. La incidencia del pensamiento de Nietszche y Sartre: la insistencia del primero en la “voluntad de poder” y del segundo en la negación de una “naturaleza humana” (el hombre es libertad sin esencia) parecen ser una de las matrices más profundas de las antropologías actuales. Yo soy mi libertad. Yo elijo y decido, autónomamente, mi identidad. Todo lo que podría limitar mi libertad –lo dado- es, necesariamente, algo a cuestionar y de lo que sería deseable liberarme.

Se me hace bastante claro, finalmente, que en el concepto de libertad está la “madre de todas las batallas”. La ideología de género propone –en la línea sartriana- una libertad absoluta. Aliada de algún modo con la visión marxista, es necesario luchar para “liberar” al ser humano de la biología y la cultura. No solo en aquellos casos en que las experiencias hayan sido negativas, sino en todos, porque incluso quienes no tienen conciencia de ello, también han sido víctimas de una imposición.


En defensa de los injustamente acusados
Quisiera afirmar ahora con mucha fuerza algo que me parece de suma importancia: la suposición de que la biología y la cultura son esencialmente malas es errónea, infundada e injusta.

La biología es simplemente eso: bios, vida corporal, que inicia y crece guiada por leyes guardadas en el núcleo de cada célula. Está claro que no es solo “genitales” –como insisten hasta el cansancio algunos que postulan la ideología de género- sino mucho más. Es la maravilla de la información cromosómica y genética, es la dimensión gonadal, neurohormonal y cerebral, es la increíble interacción de un sinnúmero de factores químicos y fisiológicos que –naturalmente- se armonizan y equilibran. Todos esos elementos dan lugar a cuerpos modalizados masculina y femeninamente, de múltiples maneras,  desde el cromosoma 23 hasta los caracteres sexuales secundarios. De modo que podríamos decir que no existe el “ser humano” en abstracto, ni la “persona humana” como si fuera algo “neutro”: existen varones y mujeres.

Esa biología implica una serie innegable de inclinaciones afectivas e intelectuales innegables, más aún desde el auge de las neurociencias. Ligadas a esa bios podemos reconocer con bastante facilidad y objetividad maneras de sentir, de relacionarse con los demás, de pensar, de actuar, de proyectar el futuro. Inclinaciones, predisposiciones y tendencias que son transculturales, pasibles de ser verificadas en cada rincón de la Tierra. Rebelarse contra ese bios –que tiene “dentro” un “logos”, es decir, un sentido, y que yo puedo descubrir, reconocer y asumir- es sencillamente un error.

El segundo elemento, la cultura, es, en todo caso, un fenómeno ambivalente. Está claro que hay estereotipos de género negativos, y maneras de comprender la masculinidad y la feminidad completamente equivocadas; todos sabemos que existen en las culturas de los pueblos normas sociales injustas y que por momentos se ha dado a ciertas pautas –vestimenta, maquillaje, peinado, modales- un valor absoluto del que en realidad carecen…  Está claro que en algunas familias algunos “mandatos” han sido impuestos sin considerar la originalidad personal y con una fuerza que para muchos ha sido traumatizante. Pero de ahí a considerar que “todo lo cultural es negativo y te quita libertad…” hay un abismo.

Es más: hay una serie de elementos estereotipados y mandatos que no solamente no son equivocados ni negativos, sino que son positivos y más aún necesarios. Porque en el seno de una cultura –transmitida especialmente en hábitos y costumbres familiares- nacemos, crecemos, desplegamos lo que somos, vamos eligiendo y conformando definitivamente nuestra identidad. Ciertos estereotipos que cada cultura gesta en torno al modo de ser varón y mujer son de una gran ayuda para ese proceso. Nos facilitan el camino. Nos orientan y nos dan sentido de pertenencia.


Hacia un intento de síntesis:
Para la Ideología de Género, la identidad se define únicamente por el factor Libertad.

Identidad de género = Libertad (autopercepción y autodeterminación)

La antropología personalista, en cambio, sin negar ese factor, propone la siguiente “fórmula”

Identidad de género = (B)iología + ©ultura x (L)ibertad.

Percibir lo biológico y lo cultural, asumir lo biológico y lo cultural –purificado de sus elementos imperfectos- es el camino armónico para asumir y vivir la identidad -de género serena, alegre, fecunda.

El desafío que tenemos por delante, a mi entender, es doble:

Por un lado, en plano intelectual, debemos invitar a reflexionar sobre los fundamentos filosóficos que sustentan esa visión. Y animarnos a señalar sus inconsistencias o, al menos, la parcialidad y los reduccionismos de su mirada. Debemos tener la lucidez y la capacidad comunicativa para poner de relieve todo lo que desde el punto de vista teórico está quedando afuera, de manera especial el impacto de la biología en la vida real.

El segundo desafío es más difícil y a la vez apasionante: consiste en mostrar con nuestras vidas y nuestras relaciones que la ecuación B + C + L puede resultar muy plenificante, puede ser –y en muchas historias lo es- un camino de realización personal excelente.

Es mostrar que rebelarse contra la biología y desarraigarse totalmente de la cultura, además de absurdo, es imposible. Es innecesario. Y no nos hace bien.

Fuente: Leandro Bonnin - Infocatolica

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