VATICANO, 25 May.
El Papa Benedicto XVI señaló hoy que el Patriarca Jacob es ejemplo de que la oración "es una lucha, en la que hace falta fuerza de ánimo y tenacidad para conseguir la bendición, que sólo alcanzamos cuando reconocemos nuestra debilidad y nos abandonamos" a la misericordia de Dios.
"Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre un texto del libro del Génesis que narra un episodio muy particular de la historia del Patriarca Jacob. Es un pasaje de no fácil interpretación, pero importante para nuestra vida de fe y oración, se trata del relato de la lucha con Dios antes de pasar un vado en Yabboq, del que ha hemos escuchado un extracto.
Como recordamos, Jacob había quitado a su gemelo Esaú la primogenitura a cambio de un plato de lentejas y luego con engaños arrebató la bendición del padre Isaac, entonces muy anciano, aprovechando su ceguera. Escapando de la ira de Esaú, se refugió con un pariente, Labano, se casó y se enriqueció y ahora volvía a la tierra natal, listo para enfrentar al hermano luego de haber puesto por obra algunas prudentes medidas. Pero cuando todo estuvo listo para este encuentro, luego de haber hecho atravesar a quienes estaban con él en el vado del torrente que delimitaba el territorio de Esaú, Jacob, que quedó solo, es agredido de improviso por un desconocido con el que lucha por toda una noche.
Este combate cuerpo a cuerpo –que encontramos en el capítulo 32 del libro del Génesis– se convierte para él en una singular experiencia de Dios.
La noche es el tiempo favorable para actuar a escondidas, el tiempo, entonces, mejor para Jacob, para entrar en el territorio del hermano sin ser visto y tal vez con la ilusión de sorprender a Esaú desprevenido. En vez de eso, es él quien es sorprendido por un ataque imprevisto, para el cual no está preparado. Había usado su astucia para tratar de evitar una situación peligrosa, pensaba lograrlo y tener todo bajo control, y en cambio se encuentra afrontando una lucha misteriosa que lo mantiene en la soledad y sin darle la posibilidad de organizar una defensa adecuada.
Inerme en la noche, el Patriarca Jacob combate con alguien. El texto no especifica la identidad del agresor, usa un término hebreo que habla de ‘un hombre’, de modo genérico, ‘uno cualquiera’, se trata, entonces, de una definición vaga, indeterminada, que a propósito mantiene al atacante en el misterio. Está oscuro, Jacob no lograr ver con claridad a su contendor y también para el lector, para nosotros, eso permanece desconocido, alguien se está oponiendo al Patriarca, y este es el único dato cierto dado por el narrador. Sólo al final, cuando la lucha termine y ese ‘alguien’ desaparece, sólo entonces Jacob lo nombrará y podrá decir que ha luchado con Dios.
El episodio se desarrolla entonces en la oscuridad y es difícil percibir no solo la identidad del asaltante de Jacob, sino también cuál es su actitud en la lucha. Leyendo el texto, resulta complicado establecer cual de los dos contendientes lograr tener la mejor, los verbos utilizados con frecuencia no van acompañados de un sujeto explícito, y las acciones se desarrollan de modo casi contradictorio, así que cuando se piensa que uno de los dos debe prevalecer, la acción siguiente de pronto desmiente lo anterior y presenta al otro como vencedor.
De hecho, al inicio Jacob parecer ser el más fuerte y el adversario –dice el texto– ‘no lograba vencerlo’, y golpea a Jacob en la articulación del fémur provocando su dislocación. Se debería entonces pensar que Jacob debe sucumbir, pero en vez de eso es el otro el que le pide dejarlo ir, y el Patriarca se niega, poniendo una condición. ‘No te dejaré, si no me bendices’. Aquel que con el engaño habría defraudado al hermano con la bendición del primogénito, ahora la solicita al desconocido, al que tal vez comienza a ver las connotaciones divinas, pero sin poderlo reconocer verdaderamente todavía.
El rival, que parece retenido y por lo tanto golpeado por Jacob, en vez de plegarse al pedido del Patriarca, le pregunta su nombre: ‘¿Cómo te llamas?’ Y el Patriarca responde: ‘Jacob’. Aquí la lucha sufre un cambio importante. Conocer el nombre de alguien, de hecho, implica una suerte de poder sobre la persona, porque el nombre, en la mentalidad bíblica, contiene la realidad más profunda del individuo, devela el secreto y el destino. Conocer el nombre quiere decir entonces conocer la verdad del otro y esto permite poderlo dominar.
Cuando entonces, a pedido del desconocido, Jacob revela su propio nombre, se está poniendo en las manos de su opositor, es una forma de rendición, de abandono total de sí al otro.
Pero en esto de rendirse también Jacob paradójicamente resulta vencedor, porque recibe un nombre nuevo, junto al reconocimiento de victoria de parte del adversario, que le dice: ‘No te llamarás más Jacob, sino Israel, porque has combatido con Dios y con los hombres y has vencido’. ‘Jacob’ era un nombre que reclamaba el origen problemático del Patriarca, en hebreo, de hecho, recuerda el término ‘talón’ y reenvía al lector al momento del nacimiento de Jacob, cuando saliendo del vientre materno, tenía con la mano el talón del hermano gemelo, casi prefigurando el salto a los daños del hermano que habría consumado en la edad adulta, pero el nombre de Jacob también se relaciona al verbo "engañar, suplantar".
Y ahora en la lucha, el Patriarca revela a su opositor, en un gesto de abandono y rendición, la propia realidad de engañador, de suplantador; pero el otro, que es Dios, transforma esta realidad negativa en positiva: Jacob el engañador se convierte en Israel, le es dado un nombre nuevo que signa una nueva identidad. Pero también aquí, el relato mantiene su duplicidad intencional, porque el significado más probable del nombre Israel es "Dios es fuerte, Dios vence".
Entonces Jacob ha prevalecido, ha vencido –es el adversario mismo quien lo afirma – pero su nueva identidad, recibida del mismo adversario, afirma y testimonia la victoria de Dios. Es cuando Jacob pedirá a su vez el nombre a su contendiente, este se negará a darlo, pero se revelará en un gesto inequívoco, dando su bendición. Esa bendición que el Patriarca había pedido al inicio de la lucha es ahora concedida. Y no es la bendición obtenida con engaño, sino aquella gratuitamente donada por Dios, que Jacob puede recibir para que entonces solo, sin protección, sin astucias y sin estafas, se muestra inerme, acepta rendirse y confiesa la verdad de sí mismo.
Así, al término de la lucha, recibida la bendición, el Patriarca puede finalmente reconocer al otro, el Dios de la bendición: ‘Verdaderamente – dice – he visto a Dios cara a cara, y mi vida se ha mantenido a salvo’ y puede ahora atravesar el vado, portador de un nombre nuevo pero ‘vencido’ por Dios y signado para siempre, cojo por la herida recibida.
Las explicaciones que la exégesis bíblica puede dar en cuanto este texto son múltiples, en particular, los estudiosos reconocen en él intentos y componentes literarios de varios géneros, como referencias a algún relato popular. Pero cuando estos elementos son asumidos por autores sacros y englobados en el relato bíblico, ellos cambian de significado y el texto se abre a dimensiones más amplias.
El episodio de la lucha en Yabboq se ofrece al creyente como texto paradigmático en el que el pueblo de Israel habla del propio origen y delinea los trazos de una particular relación entre Dios y el hombre. Por esto, como afirma también el Catecismo de la Iglesia Católica, ‘la tradición espiritual de la Iglesia ha visto en este relato el símbolo de la oración como combate de la fe y victoria de la perseverancia’. El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer su nombre y ver el rostro, es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad fruto de conversión y de perdón.
La noche de Jacob en el vado de Yabboq se convierte así para el creyente en punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración requiere confianza, cercanía, casi un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor que bendice que permanece siempre misterioso, que aparece inalcanzable. Por esto el autor sacro utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar aquello que se desea. Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor, entonces la lucha no podrá otra cosa que culminar en el don de sí mismo a Dios, en el reconocer la propia debilidad, que vence cuando alcanza a confiarse en las manos misericordiosas de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, que se consuma en el deseo y en el pedido de una bendición de Dios que no puede ser rota o vencida contando solo con nuestras fuerzas, sino que debe ser recibida con humildad de Él, como don gratuito que permite, al final, reconocer el rostro del Señor.
Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios. E incluso más: Jacob, que recibe un nombre nuevo, se convierte en Israel, y da un nombre nuevo también al lugar en el que ha luchado con Dios, le ha rezado, lo renombra Penuel, que significa ‘Rostro de Dios’.
Con este nombre reconocer aquel lugar como el de la presencia del Señor, hace sagrada aquella tierra imprimiéndole la memoria de aquel misterioso encuentro con Dios. Aquel que se deja bendecir por Dios, se abandona a Él, se deja transformar por Él, hace bendito al mundo. Que el Señor nos ayuda a combatir la buena batalla de la fe y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve en la espera de ver su Rostro. Gracias".
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