Nadie duda, y los padres somos conscientes de ello, que la sexualidad es una parte muy importante de la vida del ser humano que no podemos ignorar
Padres, ¡No Claudiquen en la educación sexual de sus hijos!
Padres, ¡No Claudiquen en la educación sexual de sus hijos!
Nadie duda, y los padres somos conscientes de ello, que la sexualidad es una parte muy importante de la vida del ser humano que no podemos ignorar. De ahí que los padres debemos poner todos los medios a nuestro alcance para encontrar, y poner en práctica, el autentico y más adecuado programa de educación sexual.
¡Manos a la obra ya!
En los últimos años, la preocupación de los padres, abrumados por las innumerables publicaciones de educación sexual que reducen todo al puro placer, ha ido en aumento.
Necesitamos un programa de educación claro, verdadero y completo; gradual y equilibrado. Con una visión de la sexualidad integral e integradora, conforme a los principios antropológicos fundamentales de la naturaleza y la dignidad de la persona humana.
Un programa que enriquezca las facultades del hombre –inteligencia y voluntad–, y que nos capacite en el desarrollo libre, razonado e integral de nuestra personalidad al servicio de una sexualidad sana y responsable.
Dicho esto, y bajo el amparo no solo de la legislación española, sino también de la jurisprudencia europea, los padres no debemos claudicar de nuestras libertades y derechos avalados por la Constitución, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta Europea de los Derechos del Niño.
Hablamos de un derecho pero también de una responsabilidad que son prioritarios intransferibles, innegociables, indelegables e insustituibles. Por lo tanto, los padres tenemos la obligación de ejercer nuestro derecho y nuestra responsabilidad en la educación de la sexualidad: Son las manos infinitamente cuidadosas de los padres, y no ningunas otras, por sabias que sean, las que tienen la máxima eficacia para llevar a cabo la iniciación sexual (Dr. Marañón).
A pesar de que muchos padres se sientan confusos ante esta responsabilidad, no pueden dudar de su privilegiada capacidad de amar, conocer y comprender las necesidades en el desarrollo armónico y equilibrado de sus hijos, incluida, la dimensión humana de la sexualidad. En efecto, los padres, movidos por el amor, el cariño y la comprensión por cada uno de sus hijos, son los protagonistas principales, irreemplazables, necesarios y los más adecuados protagonistas en su educación integral.
“Estamos en familia…”
La familia es el ámbito natural y más apropiado para el desarrollo de la personalidad, el espacio privilegiado donde, en un ambiente de amor y confianza, pueden plantearse sin traumas los interrogantes sobre la sexualidad. Los primeros años en familia, y la manera en que el niño los interpreta, contribuyen a la formación de actitudes, valores y comportamientos que tienden a persistir durante la vida adulta.
Es verdad que la familia no es la única fuerza modeladora en la vida de un niño: el colegio, los amigos y las instituciones de enseñanza superior, a lo que podríamos añadir las normas y costumbres que profanan el verdadero significado de la sexualidad y que son alentadas por los medios de comunicación como televisión, internet, videos, películas, libros y revistas, también influyen en las actitudes y valores. Pero como acertadamente dijo Mercedes Arzú de Wilson, nada tiene mayor impacto en un niño que su experiencia familiar.
De ahí la importancia de la libertad de los padres a la hora de elegir un centro educativo acorde a sus convicciones, preferencias morales, religiosas, filosóficas y pedagógicas, como señala el art.14 de la Declaración de Derechos fundamentales de la Unión Europea.
Padres y profesores deben estar coordinados en el proyecto y finalidad de la tarea educativa. Porque los educadores, llamados a formar personas con su quehacer profesional, pueden articular un programa de formación que ofrezca valores y criterios sólidos de discernimiento para orientar el comportamiento humano responsable en este campo.
El papel del estado
La dejación de estos derechos y responsabilidades de los padres, por ignorancia, comodidad y, muchas veces, por ingenuidad, deja la puerta abierta a una invasión del Estado en la tarea educativa de nuestros hijos.
Un asedio, institucional y obligatorio, que pretende secuestrar la conciencia y las actitudes de nuestros hijos, cuestionando las convicciones morales, religiosas, y afectivas de las familias, con un único objetivo: introducir una nueva concepción del hombre y de la dimensión humana de la sexualidad con la que poder manipular las mentes de nuestros hijos e imponer su doctrina.
Los padres, como primeros y principales educadores de nuestros hijos, no podemos permitir esta usurpación de derechos. Es más, es nuestra responsabilidad encontrar soluciones lo más inmediatas posibles, para recuperar, mediante la educación y el ejemplo, los auténticos valores éticos y morales que ensalcen la dignidad de la persona humana.
¿Qué podemos hacer?
¿Cómo hablar con nuestros hijos del arte de un amor auténtico? ¿Cuándo es el momento oportuno para resolver sus inquietudes? ¿En qué objetivos vamos a centrar nuestras propuestas es eficaz: la espera, el respeto del otro, la madurez, el amor verdadero,….? ¿Cómo ayudarles a prevenir todas aquellas situaciones que puedan perjudicar su desarrollo personal?
En el tema de la educación de la sexualidad, como sucede cuando se aprende a leer, escribir, o incluso a comer, se necesita un cierto entrenamiento gradual e integral. Si no educamos nuestras emociones y sentimientos, nuestros deseos y apetencias; si no educamos nuestra capacidad de amar, nuestro carácter, nuestras miradas o gestos, en una relación de libertad, respeto, autodominio y entrega, estaremos reduciendo nuestro cuerpo y el de los demás, la grandeza de la sexualidad y nuestra capacidad de amar, a un mero trámite en el que los instintos gobiernan nuestro corazón, en lugar de ser al contrario.
De ahí, la importancia de una educación que ponga las bases del amor humano y verdadero desde el momento que surge la primera chispa que atrae a dos personas, pasando por el sentimiento profundo de satisfacción de estar con el otro (qué bien me siento contigo), hasta llegar al verdadero amor que apunta a descubrir la totalidad del otro y buscar su bienestar, su felicidad y la posibilidad de formar entre ambos un vínculo, una relación muy profunda (siempre te volvería a escoger a ti y solo a ti). En definitiva: una educación en valores que ayude a redescubrir el único camino que nos llevará a la felicidad personal y comunitaria.
No nos dejemos arrastrar por el pesimismo y la indiferencia. No es tarea fácil y lo sabemos. Pero, si la escalera no está apoyada en la pared correcta, cada peldaño que subimos es un paso más hacia un lugar equivocado (Stephen Covey).
¿Cómo podemos hacer?
Seamos honestos, claros y veraces en nuestras conversaciones y actitudes. De esta manera, nuestros hijos no solo nos respetarán como autoridad a seguir, sino que confiarán en nuestro consejo sobre sexo, valores y relaciones sanas. Demostrémosles que no se trata de una cuestión tabú, y que pueden acudir a nosotros para consultar sus legítimas dudas.
Debemos tratar de promover una cultura de la vida y del amor basada en unos valores éticos y morales, que son la razón de ser de la dignidad y el respeto del ser humano y promover, asimismo, el respeto al derecho a la vida y a la integridad moral y física.
Para ello, los padres debemos buscar tiempo para la educación y el cuidado de nuestros hijos, para que se sientan amados y aceptados en la familia, para charlar, divertirnos, compartir alegrías y penas, cuidarlos y que nos cuiden, ayudarnos, comprendernos…en definitiva, para dar y darse. Las comidas familiares son un buen momento para conversar y conocer en profundidad a nuestros hijos, los cuales han de sentir que son importantes para sus padres.
Hemos de hablarles de la libertad – compromiso – felicidad - reciprocidad del amor (relación de ida y vuelta), hacerles crecer en responsabilidad y autoestima, fomentar el valor de solidaridad que les obligue a salir de sí y a compartir. Para todo ello es de extrema importancia el ejemplo de los padres; fortaleza, audacia, unidad de vida, coherencia, hacerles atractivo el amor.
Pongamos especial interés en educar el maravilloso valor de la amistad. Abrir las puertas de tu casa a los amigos de tus hijos para estudiar, jugar, hacer fiestas,…. Hacer hincapié en las relaciones desinteresadas: no vales por lo que tienes sino por lo que eres.
No nos olvidemos de incidir en la importancia de la intimidad y el pudor. Hacerles comprender que hay que evitar extravagancias, vulgaridades y exhibiciones que puedan molestar a los demás.
Dialogar, dialogar y dialogar. Poner los medios para que sus hijos adolescentes cuenten con ustedes y no con cualquier persona e informarles adecuadamente de las enfermedades de transmisión sexual. Explicarles la diferencia entre amor y emoción, la anticoncepción, las mentiras del sexo seguro, la teoría de género… Enseñarles que para amar hay que conocerse y tratarse.
Debemos enseñarles cómo y por qué decir que no. Transmitirles de forma clara el respeto de uno mismo y el autocontrol. Hacerles comprender la verdad y el significado de la sexualidad: hombre y mujer son diferentes y complementarios, el nacimiento de los hijos es un regalo lleno de responsabilidad…
Tratemos de prevenir los contenidos televisivos perniciosos, enseñándoles a ver una televisión de calidad y fomentando un espíritu crítico ante la programación, además de inculcarles un uso moderado de la misma.
Conviene educar a nuestros hijos en el buen uso de las nuevas tecnologías (NNTT), que no solo sirven para estar en contacto, para hacer nuevos amigos, para buscar información, escuchar música y en general, para desarrollar su propia cultura, sino para mejorar las relaciones personales, familiares y sociales. Para ello, tenemos la obligación de conocerlas y saber manejarlas. Como dicen por la red, el problema no es la máquina sino el hombre que la usa. Todo depende del tiempo que se dedique y la capacidad crítica que se ejerza a la hora de saber situarlas en su justo lugar.
Nunca debemos olvidarnos de respetar su libertad: Debemos encontrar el equilibrio adecuado entre libertad y disciplina estando siempre atentos a ayudarles a corregir ideas y decisiones equivocadas. En cambio, lo que nunca debemos hacer es secundarlos en sus errores, fingir que no los vemos o, peor aún, que los compartimos como si fueran las nuevas fronteras del progreso humano.
Considero fundamental saber tomarse la vida con buen humor, no asustarse nunca ante los comentarios y preguntas de nuestros hijos. Saber mantener a cierta distancia los problemas que se nos presentan, máxime cuando estos sean de gran calado, cuidándonos de que no nos atrape en sus redes la tristeza, la desesperación, el miedo e incluso, la depresión.
El amor no es cosa que se aprenda, ¡y, sin embargo, no hay nada que sea más necesario enseñar! (Juan Pablo II).
Fuente: Catholic.net
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