martes, 5 de febrero de 2013

Quienes son los Angeles ?

A lo largo de la historia de la humanidad la presencia de los Ángeles se ha hecho presente. Así, tanto en el Antiguo Testamento como en Nuevo, la realidad de los mismos ha fortalecido la fe en ellos.
Al respecto de los ángeles, el Catecismo de la Iglesia Católica, en los números entre el 328 y el 336 dice lo siguiente:
“328 La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición.
Quiénes son los ángeles...?


329 San Agustín dice respecto a ellos: Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, angelus ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel") (Enarratio in Psalmum, 103, 1, 15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10), son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Sal 103, 20).
330 En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf Pío XII, enc. Humani generis: DS 3891) e inmortales (cf Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf Dn 10, 9-12).
Cristo “con todos sus ángeles”
331 Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles…” (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para Él: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él” (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación: “¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Hb 1, 14).
332 Desde la creación (cf Jb 38, 7, donde los ángeles son llamados “hijos de Dios") y a lo largo de toda la historia de la salvación, los encontramos, anunciando de lejos o de cerca, esa salvación y sirviendo al designio divino de su realización: cierran el paraíso terrenal (cf Gn 3, 24), protegen a Lot (cf Gn 19), salvan a Agar y a su hijo (cf Gn 21, 17), detienen la mano de Abraham (cf Gn 22, 11), la ley es comunicada por su ministerio (cf Hch 7,53), conducen el pueblo de Dios (cf Ex 23, 20-23), anuncian nacimientos (cf Jc 13) y vocaciones (cf Jc 6, 11-24; Is 6, 6), asisten a los profetas (cf 1 R 19, 5), por no citar más que algunos ejemplos. Finalmente, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el del mismo Jesús (cf Lc 1, 11.26).
333 De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce «a su Primogénito en el mundo, dice: “adórenle todos los ángeles de Dios"» (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios…” (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), le sirven en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando Él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 29-30; 11,8). Son también los ángeles quienes “evangelizan” (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 8-14), y de la Resurrección (cf Mc 16, 5-7) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 10-11), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31 ; Lc 12, 8-9).
Los ángeles en la vida de la Iglesia
334 De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).
335 En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf Misal Romano, “Sanctus"); invoca su asistencia (así en el ‘Supplices te rogamus…’ [‘Te pedimos humildemente…’] del Canon romano o el ‘In Paradisum deducant te angeli…’ [’Al Paraíso te lleven los ángeles…’] de la liturgia de difuntos, o también en el “himno querúbico” de la liturgia bizantina) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios).
336 Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida” (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.”
Vemos, pues, que la existencia de los ángeles, es una verdad que tenemos como cierta y que, tanto en el Antiguo Testamento como el Nuevo, su figura es prueba de la voluntad de Dios de conducir a su pueblo hacia Su definitivo Reino.
Por eso, algunos padres de la Iglesia (San Papías, San Justino o San Ireneo) nos dan a entender que algunas de las misiones de los ángeles son, a saber: ejercer de ministros de Dios, custodiar las naciones del mundo (recordemos cuando, en las apariciones de Fátima, un ángel se identificó como el guardián de Portugal), dar a conocer a los hombres la Ley de Dios (Hechos 7,38; Gálatas 3,19), y, también, la propia actuación de los Ángeles de la Guarda (Génesis 48,16; Salmo 34,7; 91, 10-11; Mateo 4,6; 18,10; Hechos 12,15; Hebreos 1,14), que es lo que hace que San Basilio (en el siglo V) agregue que “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlos a la vida”.
A este respecto, dice San Josemaría en su “Es Cristo que pasa” (63) que
“La tradición cristiana describe a los Ángeles Custodios como a unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos”.
Pero, además, también interceden por nosotros ante el trono divino (Job 33,23-24; Zacarías 1,12; Tobías 12,12).
En fin… no podemos decir que los Ángeles hayan sido creados por Dios para su único servicio sino que, incluso a cada uno de nosotros, se nos han dado para nuestra seguridad y salvación personal. Así, podemos decir que los Ángeles están dotados de inteligencia, de entendimiento (“porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”, en Mt. 18, 10) y de voluntad. Por eso, por estar dotados de voluntad libre, algunos de ellos pecaron como deducimos de 2 Pe 2, 4 cuando se dice que “si Dios no perdonó a los Ángeles que pecaron, sino que precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio”.
Y es que, en realidad, existen Ángeles buenos pero también otros que no lo son tanto o son, directamente, malos. Los primeros iluminan la inteligencia de los hombres como, por ejemplo, le sucedió a Abrahán cuando, en el Génesis (22, 11-12) se recoge que
“Entonces le llamó el Ángel de Yahvéh desde los cielos diciendo: ‘Abraham, Abraham!’ Él dijo: ‘Heme aquí.’ Dijo el Ángel: ‘No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no mi has negado tu hijo, tu único’”
Pero también, cuando a José, ya en Nuevo Testamento, el esposo de la Virgen María, se le dirigió el Ángel del Señor para decirle (Mt 2, 13) “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle” se manifestó tal iluminación de la inteligencia de un ser humano por parte de un Ángel.
Pero es que, como bien sabemos por muchos textos de las Sagradas Escrituras, los Ángeles también pueden hablar con los seres humanos. Así, por ejemplo, cuanto en Tobías, 12, 6 se recobre que “Entonces Rafael llevó aparte a los dos y los dijo: ‘Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha concedido”; o cuando el Ángel que se presentó a María (Lc 1, 28) le dijo “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo” y, entonces, se produjo un diálogo entre el ser celestial y la joven María del que, como resultado, manifestó la desposada con José su fiat a Dios.
Pero también existen los Ángeles malos como hemos dicho arriba. Y no debemos olvidar que, por ejemplo el demonio existe y que es llamado príncipe de este mundo porque, por desgracia para los creyentes que lo tienen como enemigo número uno de los mismos, se ha adueñado del siglo y tiene dominados, por el corazón, a muchos de los seres humanos que Dios creó para que fueran hijos suyos.
Los Ángeles malos tientan a los hombres como, por ejemplo, le sucedió a Jesús cuando, tras ser bautizado, el Espíritu Santo lo condujo al desierto y fue tentado, hasta tres veces, por Satanás, un Ángel caído y enfrentado al bien. E incitan, los tales Ángeles, a cometer pecado a los fieles hijos de Dios y, si eso es posible, los alejan del Padre lo más posible para atraerlos hacia su dominio de mal y daño.
No es nada, pues, simbólica la existencia de los Ángeles malos e ignorar su existencia es dejarse caer, dócilmente, en sus manos y tendernos, nosotros mismos, una trampa mortal.
No creamos, no tengamos por cierto de ninguna manera, que no tenemos nada que hacer contra el Mal y sus embestidas. Muy dice lo dice San Pablo en la Epístola a los de Éfeso, cuando en 6, 14- 16 dice que
“¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embarazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno”.
Además, tenemos la seguridad de que el Diablo, ejemplo de Ángel malo, sufrirá una derrota total en el día del juicio universal. Así lo entendemos de leer, por una parte, 2 Pe 2, 4 (citado arriba) cuando dice que “Dios no perdonó a los Ángeles que pecaron, sino que, precipitándose en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio” o, también, de Judas, 6 en el que leemos que “y además que a los ángeles, que no mantuvieron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los tiene guardados con ligaduras eternas bajo tinieblas para el juicio del gran Día”.
Dios, como es de esperar, nunca nos va a dejar en manos del Mal y de sus Ángeles caídos.
Dejamos, ya para terminar, unas oraciones ya publicadas por el que esto escribe en la serie “Itinerarios de oración”. Están destinadas al Ángel custodio (de quien he traído aquí una imagen), que tanto bien nos hace y que, recordemos esto siempre, nos acompañará al tribunal de Dios cuando nos presentemos ante el Creador.
ORACIÓN PARA INICIO
Custodio nuestro, tú que conoces el rostro de Dios,
tú que acompañas nuestros pasos, no nos abandones
en nuestras tribulaciones.

ORACIÓN AL ÁNGEL CUSTODIO
Ángel de mi guarda,
dulce compañía,
no me desampares,
ni de noche ni de día,
no me dejes solo que me perdería.

ORACIÓN DE ALABANZA
Paciente ante nuestras impaciencias,
libre ante nuestras esclavitudes de hombre,
sometido al poder de Dios y deseoso de
cumplirlo, vestigio de un pasado que siempre permanece
en nuestro corazón.

Acompañante nuestro ante nuestra pérdida,
luz que nos ilumina si te buscamos,
que con insistencia traduces a nuestro lenguaje de hijos
el puro mensaje del Padre.

Tesoro escondido que muchas veces no encontramos,
reto de conducción a la morada de Dios
sin perder aliento en el camino,
pasión que siempre repetimos por no escuchar tu voz,
siempre atenta a la súplica del custodiado.

Mensaje ante nuestra falta de voz cuajada de fe,
doctrina, de sí mismo plena, ante nuestro vacío,
lleno sólo de mundo.

Esperanza común, mundo común, mano común que nos conduce
hacia Dios. Custodio, Ángel, hermano, nuestro mismo ser.

ÁNGEL CUSTODIO y DIOS
Del amor hacia su obra de Dios, Padre Eterno,
surgió este Custodio, obrero del alma
de las almas y los cuerpos de nosotros sus hijos.

De la voluntad de salvación para nosotros, sus semejantes,
manó la figura comprensiva de este custodio,
a nuestro lado, como heraldo y mano amiga.

De la libertad ilimitada del Creador
quiso el Padre que tuviéramos apoyo, consuelo en la tristeza,
huella por donde andar en nuestra tribulación.

De la boca del espíritu de Dios, aliento y brisa,
fuego y paloma, de entre su misterio que es nuestro,
partió hacia nosotros, uno a uno, desde nuestra concepción
al fin, hasta su tribunal, donde seremos atentamente vistos,
este custodio, ángel testigo de su rostro
y testimonio de su amistad fiel desde el principio.

Del caudal, torrente inacabable, de gracia del Padre,
bebió nuestra mano acompañante, y llenó de esperanza
su rostro, vértice desde el que podemos ver, aquí,
su Reino.

Del amor y de la voluntad de salvación,
de la libertad ilimitada del Creador,
de la boca del espíritu de Dios,
del caudal de gracia del Padre,
de ahí, y hasta nosotros su corazón-mano-boca-alma,
nos acompaña y custodia nuestra luz, que es la suya,
nuestro camino, que nos marca,
para seguir.


ORACIÓN DE SÚPLICA
Ángel mío, que desde el verdadero Reino de Dios puedes interceder
por nuestras necesidades, y conoces
lo que somos, que en nuestro corazón y alma
anidas si somos capaces de descubrirte.
Ángel mío, apoyo en la tribulación, sana virtud
de Dios, ante tu clemencia te pido (pídase).

Padre nuestro, Avemaría, Credo.

Fuente: Eleuterio Fernández Guzmán

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