El viaje de Benedicto XVI a Croacia ha tenido como referencia la familia basada en el matrimonio cristiano. En su homilía con motivo de la Jornada de las Familias Católicas (Zagreb, 5-VI- 2011), comenzó señalando la necesidad que tiene esta institución de ser evangelizada y apoyada, y al mismo tiempo su papel “decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión y para su presencia misionera en las más diversas situaciones de la vida”, y también para vivificar el tejido social.
Misión de la familia cristiana
Citando al beato Juan Pablo II, insistió en que “la familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor” (Familiaris consortio, 50).
A continuación habló directamente a los miembros de las familias, primero invitando a la educación cristiana de los hijos: “Queridos padres, esforzaos siempre en enseñar a rezar a vuestros hijos, y rezad con ellos; acercarlos a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía (…); introducirlos en la vida de la Iglesia; no tengáis miedo de leer la Sagrada Escritura en la intimidad doméstica, iluminando la vida familiar con la luz de la fe y alabando a Dios como Padre. Sed como un pequeño cenáculo, como aquel de María y los discípulos, en el que se vive la unidad, la comunión, la oración”.
De esta manera el Papa recordaba a los padres y madres cristianos su deber gustoso de transmitir a sus hijos la fe y vida cristiana. Por eso deben enseñarles a rezar (con breves oraciones pero habituales: por ejemplo al principio y al final del día, en la bendición de la mesa, y otros pequeños detalles de piedad vividos en familia). Han de explicarles la centralidad de la Misa del domingo, enseñarles a confesarse, etc. Obviamente esto no desnaturaliza el hogar, sino que, al contrario, asienta las bases de la personalidad cristiana de los hijos.
Sobre estas bases, gracias a Dios, las familias cristianas –seguía Benedicto XVI– “toman conciencia cada vez más de su vocación misionera, y se comprometen seriamente a dar testimonio de Cristo, el Señor”. Esta “misión” de la familia –que consiste sobre todo en la ejemplaridad cristiana de su vida– se necesita hoy para manifestar los valores humanos y éticos fundamentales, como la apertura a Dios, el sentido de la libertad y de la felicidad.
Testimoniar la cultura de la vida
Es el diagnóstico del Papa: “En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia de familias cristianas ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente cómo, especialmente en Europa, se difunde una secularización que lleva a la marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia. Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual a través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones con las personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia recíproca y sin apertura a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad”.
Por eso les decía que, junto a la palabra de la Iglesia, es central el apoyo de las familias en los valores que envuelven la cultura de la vida: “la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos”.
Asumir el compromiso del amor
Benedicto XVI animaba también –y esto afecta sobre todo a los jóvenes– a ser fuertes, con la ayuda de Dios, para asumir el compromiso del amor, sin aceptar sucedáneos del matrimonio como las relaciones prematrimoniales: “¡Sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio. Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse con otra persona”.
El compromiso del amor se traduce en la apertura a la vida y en el respeto a la moral natural, como signos y caminos de esperanza y libertad: “Queridas familias, alegraos por la paternidad y la maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla”.
Familia de Dios e Iglesia doméstica
Y puesto que la Iglesia es familia de Dios, “el bien de la familia es también el bien de la Iglesia”. Lo había dicho ya al principio de su pontificado y lo repetía ahora: “La edificación de cada familia cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, ‘pequeñas Iglesias domésticas’” (Discurso en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6-VI-2005).
Todo un programa para la vida familiar, que podemos y debemos aplicar. Así pues, conviene que los cristianos que han constituido un hogar se pregunten cómo es su proyecto de familia, y cómo viven su misión de padres y madres cada día, para que la familia que forman sea lo que está llamada a ser: un signo del amor de Dios y de la auténtica humanidad, que construye el presente y asegura el futuro del mundo. Esta misma reflexión la deberán hacer, con otra perspectiva y con matices diversos, todos los que tienen, o tenemos, el deber de ayudar a las familias en los distintos ámbitos de la educación cristiana.
(publicado en www.religionconfidencial.com, 6-VI-2011)
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Pocos días después, haciendo un balance de su viaje a Croacia, Benedicto XVI subrayó entre otras cosas: "La primera educación a la fe consiste exactamente en el testimonio de esta fidelidad al pacto conyugal; de ella los hijos aprenden sin palabras que Dios es amor fiel, paciente, respetuoso y generoso. La fe en el Dios que es Amor se transmite antes que nada con el testimonio de una fidelidad al amor conyugal, que se traduce naturalmente en amor por los hijos, fruto de esta unión. Pero esta fidelidad no es posible sin la gracia de Dios, sin el apoyo de la fe y del Espíritu Santo. Este es el motivo por el cual la Virgen María no deja de interceder ante su Hijo, para que -como en las bodas de Caná- renueve continuamente a los cónyuges el don del 'vino bueno', es decir de su Gracia, que permite vivir en “una sola carne” en las distintas edades y situaciones de la vida" (Audiencia general, 8-VI-2011).
Fuente: Encuentra.com
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