Nosotros somos lo que oramos…, por ello la clase de oración que preferentemente usemos, nos marcará nuestro grado de vida interior. Como clases de oración, existen tantas clases de oración como seres humanos somos y rezamos, ¡por supuesto los que rezamos!, porque desgraciadamente no todo el mundo reza. Pero de todas formas, todo es susceptible de sistematizar y en cierto modo la oración también.
Clásica y básicamente se distinguen tres clases de oración, que a su vez están ligadas con el grado o nivel de vida espiritual de la persona que la pone en práctica. Estas tres clases, son: La oración vocal, la oración mental, y la oración contemplativa; según que preferentemente empleemos la palabra, la mente o el corazón, y así nos encontraremos más cerca del Señor. A este respecto el Catecismo de la Iglesia en el parágrafo 2.721, nos dice: “La tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento del corazón”.
En la oración vocal, esencial y preferentemente empleamos para rezar la palabra. En la oración mental o de meditación no vocalizamos porque, empleamos para rezar la mente y el corazón. Y rezamos solo con el corazón en la oración contemplativa o del corazón, tal como su nombre indica, en ella, nosotros ponemos solo eso: el corazón y el Señor pone todo lo demás. Pero demás de estas tres básicas clases de oración, existen también otras clases de oración, en la que preferentemente usamos otras facultades de las que disponemos, cual es el caso de la escritura o de la lectura espiritual, y también aquella clase de oración que podríamos llamar corporal, pues a través de determinadas formas corporales le rendimos tributo a Dios. También tenemos aquellas personas que dotadas por el Señor del don de la versificación, escriben encendidos versos de amor a Dios. Pero en el fondo estas clases de oraciones, se pueden encuadrar dentro del marco de las tres básicas ya señaladas.
La mayoría de las personas, se encasillan en la oración vocal y no pasan a la mental o meditación, y si no pasan por la meditación, solo con la oración vocal, difícilmente pueden llegar algún día a la oración contemplativa, que nace como un don de Dios, y que es lo que es. Es un fuego de amor en que se sumerge el alma, por el arrobamiento que da la contemplación de nuestro Señor. Tanto la oración vocal como en la mental o meditación, estas dos solo dependen de nuestra disposición y voluntad para orar, por lo que nosotros somos los que creamos. Pero en el caso de la oración contemplativa, esta es el fruto de un don de Dios, nosotros solo podemos desearlo, pero no crearlo. La meditación es la oración más perfecta a la que nosotros podemos aspirar y ofrecerle a Dios con nuestro esfuerzo. A partir de aquí se entra ya en el mundo de la contemplación, donde nosotros no damos nada, Él es el que nos lo da todo. La meditación es el escalón anterior a la contemplación y se encuentra próximo a ella, ya que, en la medida que avanzamos meditando nos vamos acercando a la contemplación.
La meditación es el paso anterior a la contemplación, pero ella tiene sus dificultades y son muchos los que la abandonan y se circunscriben únicamente en la oración vocal. Quizás sea más difícil practicar la oración mental que la vocal, pero la meditación deja sin duda un fruto más hondo y duradero en el alma. En ella, el hombre recoge su mente, su voluntad, su corazón, su memoria, y su imaginación, para dialogar con Dios. Esto puede parecer difícil, pero es como todo en la vida, cuando se aprende el camino todo resulta fácil. La lectura es el alimento de la meditación, meditar sin el apoyo de un libro es verdaderamente difícil y uno está muy expuesto a las distracciones. La lectura espiritual, bien hecha es una inmejorable meditación y la perseverancia en este camino, nos acercará primero a meditar sin el auxilio de un libro, a la oración contemplativa. Pero téngase siempre presente, que la lectura que se toma para meditar no tiene como finalidad, el aumentar nuestros conocimientos intelectuales, sino reforzar nuestro amor a Dios.
La perseverancia, como siempre ocurre en el desarrollo de la vida espiritual, es básica. Cuarenta años se dice que estuvo Santa Teresa de Jesús apoyándose en libros para poder meditar. Como libros indicados hay varios, pero hay uno que descuella sobre todos los demás. Me refiero al Kempis, pues son innumerables los santos, que se han apoyado en este libro, que en síntesis es un conjunto de cortos pensamientos espirituales, que es lo que se necesita para meditar.
Nuestras meditaciones pueden ser habitualmente muy prosaicas o incluso, un tanto aburridas, pero esto no importan si aciertan en que al meditar en lo profundo de la inteligencia y de la voluntad, todo lo hemos de enfocar desde el punto de vista de las cosas de Dios, sin importarnos lo oscura que nuestra visión pueda ser. Se equivocan aquellos que piensan que su meditación debe culminar siempre emotivamente, ya que cuando esto no ocurre que es en la mayoría de las veces, encuentran entonces, que sus sentimientos son secos y su oración como “sin frutos”, por lo que terminan por pensar que estaban perdiendo el tiempo. Y sin embargo, no se dan cuenta, de que sus secos sentimientos tienen un extraordinario valor a los ojos de Dios y quizás más valor de lo que ellos mismos sospechan. Muchas veces la sequedad de la meditación, le hace pensar a más de uno, que más aprovecharía el tiempo que está perdiendo, haciendo una obra de caridad, como por ejemplo visitar a un enfermo. ¡Craso error! Precisamente la meditación como antesala de la contemplación es lo que más le molesta al maligno, y hace lo posible e imposible para que abandonemos. A este respecto es bueno que nos fijemos un tiempo X para meditar, pero que seamos inexorables con el cumplimiento de ese tiempo, porque nunca meditando estamos perdiendo el tiempo, aunque estemos allí como unos pasmarotes, luchando mentalmente contra las distracciones.
Sobre las distracciones es de ver que a medida que se avanza en el desarrollo de la vida espiritual, el nivel de estas va disminuyendo. En todo caso una buena forma de combatirlas, es tomar una jaculatoria y estar mentalmente repitiéndola hasta que se cumpla el tiempo prefijado. Los PP Carmelitas en sus Desiertos, tienen siempre una hora de meditación por la mañana y otra por la tarde, y muchas veces he sido testigo, de cómo luchan frente a las distracciones y contra el sueño. Lo ideal es meditar delante del Santísimo, siempre a la misma hora pero si esto no es posible, encerrémonos en nuestra habitación con un crucifijo por delante, que si uno tiene verdadero interés, estoy segurísimo de que el Señor, por caminos ignorados, le facilitará un acercamiento a Él.
No es bueno juzgar la eficacia de nuestra oración mental por los fuegos que salen de nuestro interior cuando rezamos, aunque algunas veces el fruto de una buena meditación pueda ser un amor sensible y ardiente que surge de intuiciones profundas de la verdad, sin embargo, de estas llamadas “consolaciones de la oración” no nos debemos fiar sin reserva o sin una búsqueda de sus propios motivos. Es muy probable que una meditación aparentemente fría porque carece de sentimiento, sea la más provechosa, aunque así no lo veamos ni lo comprendamos nosotros. Resulta absolutamente imposible para nuestras mentes, tener en este mundo una percepción amplia y clara de las cosas de Dios, y de cómo son realmente en sí mismas, porque tal como escribía el cardenal Ratzinger: “….los caminos de Dios son otros: su éxito tiene lugar a través de la cruz y siempre se encuentra bajo ese signo…. Lo que nos llena de esperanza, es la Iglesia de los que sufren”.
Puede decirse con verdad, que no hay sino muy pocas personas que mediten debidamente para alcanzar la contemplación, al igual que, tal como escribía el P. Lallement: “…, son también poquísimas las personas que se mantienen constantemente en los caminos de Dios. Muchos se desvían sin cesar. El Espíritu Santo les llama con sus inspiraciones; pero como son indóciles, llenos de sí mismo, apegados a sus sentimientos, engreídos de su propia sabiduría no se dejan fácilmente conducir, no entran sino raras veces en el camino y designios de Dios…. Así avanzan muy poco y la muerte les sorprende no habiendo dado más de veinte pasos, cuando hubieran podido caminar diez mil”.
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