¿Cómo
se llega al corazón de quien sólo razona en 140 caracteres? Es una de
las interrogantes que plantea José Antonio Méndez en un artículo
publicado en el número 784 del semanario español Alfa y Omega (La twituratora del pensamiento,
3 de mayo de 2012, p. 2-4), un texto que profundiza en "algunos efectos
de la reducción del pensamiento y del lenguaje que genera el mal uso de
las nuevas tecnologías".
El artículo trata el empobrecimiento del lenguaje que muchas veces va de la mano de estreñimiento de ideas. No es sólo Twitter: los mensajes SMS conducen a consumir ideas en pequeñas dósis o, lo que es lo mismo, al pensamiento kleenex.
Más allá de un repaso quejoso
por los aspectos menos afortunados del uso de las tecnologías digitales,
se ofrecen pautas de solución mediante las reflexiones que permiten
conocer mejor el fenómeno y de ese modo entenderlo más.
El autor es español por lo que
los casos citados aluden a su país de origen. Sin embargo, tienen el
contexto suficiente como para entenderlos incluso si no se sigue la
actualidad española. Ofrezco a continuación el texto íntegro de este
interesante análisis (sobre la afirmación que hace José Antonio en un
momento del artículo acerca de que el Papa tiene un perfil en Twitter y un canal en YouTube es inexacta. Es la Santa Sede, no el Papa, quien tiene un cana en YouTube -http://www.youtube.com/vaticanes-
y, de momento, no hay un perfil oficial y personal del Papa en Twitter,
aunque sí del portal de la Santa Sede -@vatican_va_es- y de los medios
del Vaticano -@news_va_es-).
***
La twituradora del pensamiento
El mal uso de las redes sociales y el lenguaje de pancarta, amenazas para la convivencia
Mientras
usted lee este reportaje, cientos de personas se esconden en el
anonimato de Internet para difundir, a través de redes como Twitter y Facebook,
las consignas que se corearán en las próximas manifestaciones
callejeras, sea cual sea la convocatoria: llamar a la huelga, defender
el aborto, criticar los recortes, o atacar a la Iglesia. Sus comentarios
mordaces y breves, a veces no exentos de ingenio, son re-publicados por
otros internautas, con el objetivo de demonizar, sin argumentos, a una
persona, institución o idea políticamente incorrectos. Son algunos
efectos de la reducción del pensamiento y del lenguaje que genera el mal
uso de las nuevas tecnologías, y de los que se sirven individuos y
grupos radicales para agitar a la sociedad. La pregunta es: ¿cómo se
llega al corazón de quien sólo razona en 140 caracteres?
Como el lector no estará
acostumbrado a contar letras y espacios, aclaramos: 140 caracteres son
exactamente los que ocupa esta primera frase. Pues bien, desde que la
red social Twitter hizo su aparición en España, allá por 2009,
no hay convocatoria o manifestación que no tenga su reflejo en ella, en
forma de hastag, el enunciado de un tema precedido del signo #, que
sirve para que miles de personas comenten el asunto en, como máximo, 140
caracteres, y re-tuiteen lo que otros usuarios han publicado. Pero,
claro está, limitar a 140 letras y espacios los argumentos de un debate
es una reducción que se presta a no pocas simplicidades y
manipulaciones.
La trampa de Valencia
Un ejemplo: cuando, en el mes de
febrero, las protestas estudiantiles se concentraron en Valencia, miles
de personas comentaban el hastag #Primaveravalenciana, hasta
convertirlo en trendingtopic, es decir, el tema más comentado del día,
con ecos en los medios de comunicación y otras redes como Facebook o Tuenti.
El motivo de la algarada, según se dijo al principio, estaba en una
protesta porque en el Instituto Luis Vives se había cortado la
calefacción y los alumnos tenían que ir con mantas, por un supuesto
impago del Gobierno valenciano. Incluso la diputada socialista y ex
ministra Leire Pajín usó este argumento en el Congreso. Los
manifestantes desarrollaron concentraciones en torno al centro y se
sucedieron altercados con la policía, que desembocaron en protestas
contra el PP en toda España. Días más tarde, ABC destapaba que, en el
Luis Vives, nunca se cortó la calefacción, que el Instituto disponía de
financiación suficiente, que los profesores (cuyo sueldo había sido
reducido en 150 euros al mes, en parte por los recortes del Gobierno de
Zapatero) alentaron las protestas, y que la web
www.primaveravalenciana.com había sido registrada, dos días antes de las
cargas policiales, por el partido político de izquierdas Compromís,
nacido tras el 15-M y con presencia en el Congreso bajo la agrupación
Equo. La información del diario fue muy criticada por twitteros de
izquierdas, que no hablaban de Compromís, ni de las mentiras de los
convocantes, pero se empeñaban en calificar a ABC de manipulador por
decir que www.privameravalenciana.com había sido registrada antes de las
manifestaciones (el 15 de febrero), cuando, en realidad, lo que ABC
había publicado es que esa web había sido registrada antes de las cargas
policiales (el 18 de febrero). Curiosamente, después de que se
destapasen las mentiras de los convocantes, Twitter fue un hervidero de críticas a los medios, a los que acusaban de manipular la realidad.
Las cloacas de la sociedad
Como explica el periodista de la
cadena Cope Lartaun de Azumendi, profesor de Estructura y Producción
del Mensaje Periodístico, en la Universidad CEU- San Pablo, de Madrid, y
activo twittero, «las redes sociales son un instrumento que ha
traído muchos beneficios, porque ahora podemos ampliar las relaciones
personales y laborales, establecer más contacto con los amigos, tener un
acceso más rápido a la información, o hacer un seguimiento de temas, de
forma didáctica. También han democratizado el mensaje, porque antes
estábamos acostumbrados sólo a recibir información, y ahora todo el
mundo puede opinar, informar, o elevar una idea personal a categoría
social. Pero eso también tiene una parte negativa, porque sirve de
altavoz a personas y grupos que persiguen generar malestar, separar,
aleccionar, manipular, ridiculizar o simplificar la realidad de forma
truculenta, con mensajes destructivos»; una especie de cloaca social, en
la que cualquier advenedizo puede verter contenidos perniciosos sin
ningún filtro.
Ejemplos, por desgracia, no
faltan: durante la Jornada Mundial de la Juventud, los twitteros más
críticos con la Iglesia centraron sus protestas bajo el hashtag
#Noconmidinero, que aludía a «los enormes gastos que tenemos que pagar
los no creyentes de nuestro bolsillo por la visita del Papa». Con este
argumento, en apariencia económico, se convocaron las protestas en las
que numerosos peregrinos fueron agredidos, y en las que se corearon
consignas antes difundidas en Internet, como En la mochila (de la JMJ),
llevas condones; Vuestro Papa es un nazi; o La Virgen María también
abortaría, entre otras. Los argumentos que demostraban cómo cada
peregrino se había costeado su viaje y cómo la JMJ no sólo no costó
dinero a la Administración, sino que generó riqueza, fueron calificados
de radicales o nacionalcatólicos. Casos similares son los hastag
#Yonopago o #Wertgüenza (que también tienen perfil en Facebook),
en los que, mientras el lector lee estas líneas, cientos de usuarios
anónimos critican el aumento del precio del transporte público y la
política educativa del nuevo Gobierno, pero haciendo llamadas a colarse
en el Metro y a proferir ataques contra el ministro, sin dar
alternativas, sin criticar el despilfarro del anterior Ejecutivo, y sin
denunciar el fracaso escolar, o el hecho de que no haya ninguna
Universidad española entre las 100 mejores del mundo.
Mucha imagen, poca letra
Lo
paradójico es que, por la propia naturaleza de Internet, cualquier
internauta que desee escribir en la Red no está sujeto a la limitación
de espacio que impone escribir en papel, y podría escribir un extenso
tratado con el mismo coste que escribir dos líneas. Sin embargo, las
redes sociales exigen escribir cada vez menos: Facebook, la primera red social que se popularizó mundialmente, imponía hasta hace poco no más de 500 caracteres en sus estatus; Twitter, sólo 140 caracteres en cada comentario; y Tuenti, la red social española más popular entre los adolescentes, imita la extensión de Twitter
y, además, está enfocada a la publicación de fotos y videos. Con un
agravante: los estudios que analizan cuánto tiempo dedicamos a leer
textos o ver vídeos en una pantalla demuestran que, a pesar de que
pasamos cada vez más horas del día delante de una pantalla de ordenador,
móvil, o tablet, cada usuario dedica sólo 3 minutos, de promedio, a
leer un texto, y poco más de 5 para ver un video. Aquello que a primera
vista exceda esos tiempos, es descartado. Es decir: consumimos más
contenidos, pero de forma más superficial.
Hablar peor = pensar peor
Esta reducción del lenguaje
tiene graves consecuencias. Una investigación realizada por lingüistas
de la Universidad canadiense de Calgary ha demostrado el impacto
negativo que tiene el uso de los mensajes de texto (SMS) en nuestro
lenguaje. El estudio constató que las personas que más SMS envían -con
su lenguaje característico- tienen más dificultades para incorporar
palabras nuevas en su vocabulario y para deducir el significado de
palabras que no conocen, y las que cometen más faltas de ortografía. Son
datos que también se pueden trasladar al intercambio de mensajes por
whatsapp, cada vez más comunes, y al lenguaje de los chats.
Las conclusiones del informe
vienen a desmontar la afirmación que hizo, allá por 2007, la entonces
ministra de Educación, Mercedes Cabrera, cuando se jactó de que los
malos datos de comprensión lectora de los alumnos españoles se habían
sacado de contexto, porque «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el
chat y el SMS», y que, por tanto, «el sistema educativo español no ha
fracasado».
Sociedad más manipulable
Un
estudio advierte de que quienes envíanmás SMS leen, hablan y piensan
peor. Pero, ¿qué implicaciones sociales tiene este empobrecimiento de la
lengua? En el año 2000, la lingüista sueca y experta en análisis
educativos Inger Enkvist alertó, en su libro La educación en peligro,
de que «la competencia verbal de un joven decide cómo se desarrolla
intelectualmente, cómo se las arregla en la educación y en la vida», y
que, con datos de la Dinamarca de los años 90, se demostraba que «los
jóvenes que tienen dificultades para expresarse oralmente y por escrito,
tienen también dificultades para usar idiomas extranjeros y servirse de
las matemáticas; y, en realidad, no son libres, sino fáciles de
manipular». Y eso «se traduce necesariamente en una influencia negativa
para la democracia». Hace unos meses, Enkvist actualizó esta idea en su
último libro, La buena y la mala educación, en el que muestra,
analizando los casos de los recientes disturbios de París y Londres, la
relación entre el mal aprendizaje y uso del lenguaje hablado y escrito y
la exclusión social, el desempleo, la inmigración no integrada y la
violencia de grupos de jóvenes radicales. De hecho, el Gobierno
británico ha reconocido en un informe que el fracaso escolar (que nace,
en buena medida, por las dificultades en el lenguaje) fue una de las
causas de los disturbios que azotaron Londres el pasado año.
Pensamiento kleenex
¿Quiere esto decir que usar Twitter o escribir SMS nos hace más tontos, o más violentos?
Lartaun de Azumendi explica que «el mundo de lo instantáneo en el que
vivimos, muy dominado por estímulos visuales, nos impulsa a consumir
ideas también en pequeñas dósis. Se busca la inmediatez y la brevedad
para transmitir ideas que necesitarían más profundidad, y por eso se
suele recurrir a la ironía, al comentario ácido y a la crítica, que no
exigen argumentación. Y es normal, porque es complicado transmitir, en
140 caracteres, una idea que busque unir, y no dividir, reflexionar, y
no criticar, etc. Este uso de pensamiento-kleenex, de flashes
que impacten y eslóganes que se repitan de forma rápida y pegadiza, más
que peligroso -que también-, es triste, porque supone una reducción
intelectual enorme.
Leer textos breves de forma
compulsiva puede convertir a alguien en un gran citador de frases
célebres, o en un irónico gracioso, pero poco más. Aunque, que quede
claro, también se pueden poner links a textos largos, a artículos y
blogs que ayuden a profundizar. El problema no está en el medio, sino en
quien lo usa mal».
¿Quién se esconde detrás?
Otro aspecto llamativo de ese
mal uso de Internet está ligado a la facilidad para ser manipulado, y es
el hecho de que miles de personas difundan ideas que alguien lanza,
pero sin saber quién ha empezado la cadena ni con qué intención -y, a
veces, incluso, sin ser conscientes de las ideas que propagan-. El caso
de Valencia y Compromís es sintomático, pero no se limita a Twitter:
entre los internautas más jóvenes se han popularizado webs donde cada
usuario puede elaborar viñetas satíricas -de dudoso gusto-, realizadas
de forma rudimentaria, con los dibujos de los mismos personajes
(apodados memes), y usando eslóganes en inglés. No hay más de 20 memes y
cada uno refleja un estado de ánimo (burla, ira, o impulso a la
masturbación, por ejemplo), asociado a su propio latiguillo en inglés.
Así, un usuario anónimo corta y pega la cara de un meme, dibuja el
cuerpo con un par de palitos mal trazados, escribe una idea socarrona y
la cuelga en la web. Cientos de usuarios rebotan el dibujo en otras webs y, por tanto, también la idea (no siempre inocua) que tiene de fondo.
Y hay quien lo sabe aprovechar:
como explica De Azumendi, la Red «es campo propicio para que grupos o
personas ideologizadas, y singularmente de izquierdas, que tienen un
mayor hábito de movilización, difundan sus eslóganes, a veces de forma
burda, o para que, de modo sutil, divulguen frases o imágenes
sarcásticas e ingeniosas, para inocular ideas que la mayoría no tiene en
la cabeza, y que, a fuerza de repetirlas, son asumidas de forma
acrítica».
¿Cómo se combate?
La pregunta es: ¿qué se puede
hacer para rescatar a los jóvenes (y no tan jóvenes) de ser carne de
manipulación? La Iglesia ha optado por tener una creciente presencia en
las redes sociales, y la Santa Sede organiza periódicamente congresos
sobre cómo aprovechar la Red en la era de la nueva evangelización. De
hecho, el Vaticano ha lanzado una herramienta on line para tener mayor
presencia en las webs, e incluso Benedicto XVI tiene cuenta en Twitter y canal en Youtube.
Estar sí, pero sin confundirse
Pero,
ojo, que san Pablo fuese al areópago griego a predicar el Evangelio no
significa que usara los sofismas y engaños de sus oponentes. Por eso, el
propio Benedicto XVI recordó, en su Mensaje para la Jornada de las
Comunicaciones Sociales de 2011, que «existe un estilo cristiano de
presencia en el mundo digital, caracterizado por una comunicación franca
y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a
través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos
abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino
también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el
modo de comunicar preferencias, opciones y juicios, que sean
profundamente concordes con el Evangelio». Además, proponía que a
quienes les preocupe esta situación no huyan de Internet, sino que hagan
un uso responsable de las redes sociales y asuman una función
pedagógica en su entorno: «Tampoco se puede anunciar un mensaje en el
mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia. El
compromiso de ser testigos del Evangelio en la era digital exige estar
atentos a los aspectos de ese mensaje que puedan contrastar con algunas
lógicas típicas de la Red. Hemos de tomar conciencia de que el valor de
la verdad que deseamos compartir no se basa en la popularidad que
provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar
hacerla aceptable, quizá desvirtuándola».
Proponer sin miedo
En su Mensaje, el Papa concluía
con una llamada a no renunciar a introducir criterios de verdad en medio
de la amalgama de eslóganes manidos, para que las personas puedan
escoger un camino alternativo a la manipulación simplista que algunos
proponen: «Los creyentes, dando testimonio de sus más profundas
convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para que la Red no sea un
instrumento que reduce las personas a categorías, que intenta
manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos monopolizar las
opiniones de los demás. Por el contrario, los creyentes animan a todos a
mantener vivas las cuestiones eternas sobre el hombre, que atestiguan
su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de vida auténticas,
dignas de ser vividas». Es decir, que también contra la trituradora del
pensamiento hace falta quien proponga razones de peso, avaladas desde el
testimonio de vida.
La neolengua de Orwell
En su novela 1984, George Orwell
escribió uno de los más lúcidos alegatos contra la alienación
ideológica de la sociedad, inspirándose en cómo los postulados de la
URSS eran impuestos con apariencia de verdad y libertad, y asumidos de
forma acrítica por Occidente, bajo la amenaza de la corrección política.
Entre las técnicas que se utilizan en Ingsoc, el régimen totalitario
descrito por Orwell, para controlar a los individuos, destacan la
manipulación y reducción del lenguaje, que el británico bautizó como
neolengua, y la persecución a las ideas, con el nombre de crimental. Así
explica ambos conceptos Syme, un funesto personaje de la novela
encargado de perfeccionar la neolengua:
«En el fondo de tu corazón
prefieres el viejo idioma, con toda su vaguedad y sus inútiles matices
de significado. No sientes la belleza de la destrucción de las palabras.
¿No sabes que la neolengua es el único idioma del mundo cuyo
vocabulario disminuye cada día? (...) ¿No ves que la finalidad de la
neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de
acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen
del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto
se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo
significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados
secundarios eliminados y olvidados para siempre? (...) Cada año habrá
menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más
pequeño. (...) La revolución será completa cuando la neolengua sea
perfecta».
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