viernes, 11 de mayo de 2012

¿Cómo se llega al corazón de quien sólo razona en 140 caracteres?

¿Cómo se llega al corazón de quien sólo razona en 140 caracteres? Es una de las interrogantes que plantea José Antonio Méndez en un artículo publicado en el número 784 del semanario español Alfa y Omega (La twituratora del pensamiento, 3 de mayo de 2012, p. 2-4), un texto que profundiza en "algunos efectos de la reducción del pensamiento y del lenguaje que genera el mal uso de las nuevas tecnologías".

El artículo trata el empobrecimiento del lenguaje que muchas veces va de la mano de estreñimiento de ideas. No es sólo Twitter: los mensajes SMS conducen a consumir ideas en pequeñas dósis o, lo que es lo mismo, al pensamiento kleenex.

Más allá de un repaso quejoso por los aspectos menos afortunados del uso de las tecnologías digitales, se ofrecen pautas de solución mediante las reflexiones que permiten conocer mejor el fenómeno y de ese modo entenderlo más.

El autor es español por lo que los casos citados aluden a su país de origen. Sin embargo, tienen el contexto suficiente como para entenderlos incluso si no se sigue la actualidad española. Ofrezco a continuación el texto íntegro de este interesante análisis (sobre la afirmación que hace José Antonio en un momento del artículo acerca de que el Papa tiene un perfil en Twitter y un canal en YouTube es inexacta. Es la Santa Sede, no el Papa, quien tiene un cana en YouTube -http://www.youtube.com/vaticanes- y, de momento, no hay un perfil oficial y personal del Papa en Twitter, aunque sí del portal de la Santa Sede -@vatican_va_es- y de los medios del Vaticano -@news_va_es-).


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La twituradora del pensamiento
El mal uso de las redes sociales y el lenguaje de pancarta, amenazas para la convivencia


Mientras usted lee este reportaje, cientos de personas se esconden en el anonimato de Internet para difundir, a través de redes como Twitter y Facebook, las consignas que se corearán en las próximas manifestaciones callejeras, sea cual sea la convocatoria: llamar a la huelga, defender el aborto, criticar los recortes, o atacar a la Iglesia. Sus comentarios mordaces y breves, a veces no exentos de ingenio, son re-publicados por otros internautas, con el objetivo de demonizar, sin argumentos, a una persona, institución o idea políticamente incorrectos. Son algunos efectos de la reducción del pensamiento y del lenguaje que genera el mal uso de las nuevas tecnologías, y de los que se sirven individuos y grupos radicales para agitar a la sociedad. La pregunta es: ¿cómo se llega al corazón de quien sólo razona en 140 caracteres?

Como el lector no estará acostumbrado a contar letras y espacios, aclaramos: 140 caracteres son exactamente los que ocupa esta primera frase. Pues bien, desde que la red social Twitter hizo su aparición en España, allá por 2009, no hay convocatoria o manifestación que no tenga su reflejo en ella, en forma de hastag, el enunciado de un tema precedido del signo #, que sirve para que miles de personas comenten el asunto en, como máximo, 140 caracteres, y re-tuiteen lo que otros usuarios han publicado. Pero, claro está, limitar a 140 letras y espacios los argumentos de un debate es una reducción que se presta a no pocas simplicidades y manipulaciones.

La trampa de Valencia

Un ejemplo: cuando, en el mes de febrero, las protestas estudiantiles se concentraron en Valencia, miles de personas comentaban el hastag #Primaveravalenciana, hasta convertirlo en trendingtopic, es decir, el tema más comentado del día, con ecos en los medios de comunicación y otras redes como Facebook o Tuenti. El motivo de la algarada, según se dijo al principio, estaba en una protesta porque en el Instituto Luis Vives se había cortado la calefacción y los alumnos tenían que ir con mantas, por un supuesto impago del Gobierno valenciano. Incluso la diputada socialista y ex ministra Leire Pajín usó este argumento en el Congreso. Los manifestantes desarrollaron concentraciones en torno al centro y se sucedieron altercados con la policía, que desembocaron en protestas contra el PP en toda España. Días más tarde, ABC destapaba que, en el Luis Vives, nunca se cortó la calefacción, que el Instituto disponía de financiación suficiente, que los profesores (cuyo sueldo había sido reducido en 150 euros al mes, en parte por los recortes del Gobierno de Zapatero) alentaron las protestas, y que la web www.primaveravalenciana.com había sido registrada, dos días antes de las cargas policiales, por el partido político de izquierdas Compromís, nacido tras el 15-M y con presencia en el Congreso bajo la agrupación Equo. La información del diario fue muy criticada por twitteros de izquierdas, que no hablaban de Compromís, ni de las mentiras de los convocantes, pero se empeñaban en calificar a ABC de manipulador por decir que www.privameravalenciana.com había sido registrada antes de las manifestaciones (el 15 de febrero), cuando, en realidad, lo que ABC había publicado es que esa web había sido registrada antes de las cargas policiales (el 18 de febrero). Curiosamente, después de que se destapasen las mentiras de los convocantes, Twitter fue un hervidero de críticas a los medios, a los que acusaban de manipular la realidad.

Las cloacas de la sociedad

Como explica el periodista de la cadena Cope Lartaun de Azumendi, profesor de Estructura y Producción del Mensaje Periodístico, en la Universidad CEU- San Pablo, de Madrid, y activo twittero, «las redes sociales son un instrumento que ha traído muchos beneficios, porque ahora podemos ampliar las relaciones personales y laborales, establecer más contacto con los amigos, tener un acceso más rápido a la información, o hacer un seguimiento de temas, de forma didáctica. También han democratizado el mensaje, porque antes estábamos acostumbrados sólo a recibir información, y ahora todo el mundo puede opinar, informar, o elevar una idea personal a categoría social. Pero eso también tiene una parte negativa, porque sirve de altavoz a personas y grupos que persiguen generar malestar, separar, aleccionar, manipular, ridiculizar o simplificar la realidad de forma truculenta, con mensajes destructivos»; una especie de cloaca social, en la que cualquier advenedizo puede verter contenidos perniciosos sin ningún filtro.

Ejemplos, por desgracia, no faltan: durante la Jornada Mundial de la Juventud, los twitteros más críticos con la Iglesia centraron sus protestas bajo el hashtag #Noconmidinero, que aludía a «los enormes gastos que tenemos que pagar los no creyentes de nuestro bolsillo por la visita del Papa». Con este argumento, en apariencia económico, se convocaron las protestas en las que numerosos peregrinos fueron agredidos, y en las que se corearon consignas antes difundidas en Internet, como En la mochila (de la JMJ), llevas condones; Vuestro Papa es un nazi; o La Virgen María también abortaría, entre otras. Los argumentos que demostraban cómo cada peregrino se había costeado su viaje y cómo la JMJ no sólo no costó dinero a la Administración, sino que generó riqueza, fueron calificados de radicales o nacionalcatólicos. Casos similares son los hastag #Yonopago o #Wertgüenza (que también tienen perfil en Facebook), en los que, mientras el lector lee estas líneas, cientos de usuarios anónimos critican el aumento del precio del transporte público y la política educativa del nuevo Gobierno, pero haciendo llamadas a colarse en el Metro y a proferir ataques contra el ministro, sin dar alternativas, sin criticar el despilfarro del anterior Ejecutivo, y sin denunciar el fracaso escolar, o el hecho de que no haya ninguna Universidad española entre las 100 mejores del mundo.

Mucha imagen, poca letra

Lo paradójico es que, por la propia naturaleza de Internet, cualquier internauta que desee escribir en la Red no está sujeto a la limitación de espacio que impone escribir en papel, y podría escribir un extenso tratado con el mismo coste que escribir dos líneas. Sin embargo, las redes sociales exigen escribir cada vez menos: Facebook, la primera red social que se popularizó mundialmente, imponía hasta hace poco no más de 500 caracteres en sus estatus; Twitter, sólo 140 caracteres en cada comentario; y Tuenti, la red social española más popular entre los adolescentes, imita la extensión de Twitter y, además, está enfocada a la publicación de fotos y videos. Con un agravante: los estudios que analizan cuánto tiempo dedicamos a leer textos o ver vídeos en una pantalla demuestran que, a pesar de que pasamos cada vez más horas del día delante de una pantalla de ordenador, móvil, o tablet, cada usuario dedica sólo 3 minutos, de promedio, a leer un texto, y poco más de 5 para ver un video. Aquello que a primera vista exceda esos tiempos, es descartado. Es decir: consumimos más contenidos, pero de forma más superficial.

Hablar peor = pensar peor

Esta reducción del lenguaje tiene graves consecuencias. Una investigación realizada por lingüistas de la Universidad canadiense de Calgary ha demostrado el impacto negativo que tiene el uso de los mensajes de texto (SMS) en nuestro lenguaje. El estudio constató que las personas que más SMS envían -con su lenguaje característico- tienen más dificultades para incorporar palabras nuevas en su vocabulario y para deducir el significado de palabras que no conocen, y las que cometen más faltas de ortografía. Son datos que también se pueden trasladar al intercambio de mensajes por whatsapp, cada vez más comunes, y al lenguaje de los chats.

Las conclusiones del informe vienen a desmontar la afirmación que hizo, allá por 2007, la entonces ministra de Educación, Mercedes Cabrera, cuando se jactó de que los malos datos de comprensión lectora de los alumnos españoles se habían sacado de contexto, porque «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el SMS», y que, por tanto, «el sistema educativo español no ha fracasado».

Sociedad más manipulable

Un estudio advierte de que quienes envíanmás SMS leen, hablan y piensan peor. Pero, ¿qué implicaciones sociales tiene este empobrecimiento de la lengua? En el año 2000, la lingüista sueca y experta en análisis educativos Inger Enkvist alertó, en su libro La educación en peligro, de que «la competencia verbal de un joven decide cómo se desarrolla intelectualmente, cómo se las arregla en la educación y en la vida», y que, con datos de la Dinamarca de los años 90, se demostraba que «los jóvenes que tienen dificultades para expresarse oralmente y por escrito, tienen también dificultades para usar idiomas extranjeros y servirse de las matemáticas; y, en realidad, no son libres, sino fáciles de manipular». Y eso «se traduce necesariamente en una influencia negativa para la democracia». Hace unos meses, Enkvist actualizó esta idea en su último libro, La buena y la mala educación, en el que muestra, analizando los casos de los recientes disturbios de París y Londres, la relación entre el mal aprendizaje y uso del lenguaje hablado y escrito y la exclusión social, el desempleo, la inmigración no integrada y la violencia de grupos de jóvenes radicales. De hecho, el Gobierno británico ha reconocido en un informe que el fracaso escolar (que nace, en buena medida, por las dificultades en el lenguaje) fue una de las causas de los disturbios que azotaron Londres el pasado año.

Pensamiento kleenex

¿Quiere esto decir que usar Twitter o escribir SMS nos hace más tontos, o más violentos? Lartaun de Azumendi explica que «el mundo de lo instantáneo en el que vivimos, muy dominado por estímulos visuales, nos impulsa a consumir ideas también en pequeñas dósis. Se busca la inmediatez y la brevedad para transmitir ideas que necesitarían más profundidad, y por eso se suele recurrir a la ironía, al comentario ácido y a la crítica, que no exigen argumentación. Y es normal, porque es complicado transmitir, en 140 caracteres, una idea que busque unir, y no dividir, reflexionar, y no criticar, etc. Este uso de pensamiento-kleenex, de flashes que impacten y eslóganes que se repitan de forma rápida y pegadiza, más que peligroso -que también-, es triste, porque supone una reducción intelectual enorme.

Leer textos breves de forma compulsiva puede convertir a alguien en un gran citador de frases célebres, o en un irónico gracioso, pero poco más. Aunque, que quede claro, también se pueden poner links a textos largos, a artículos y blogs que ayuden a profundizar. El problema no está en el medio, sino en quien lo usa mal».

¿Quién se esconde detrás?

Otro aspecto llamativo de ese mal uso de Internet está ligado a la facilidad para ser manipulado, y es el hecho de que miles de personas difundan ideas que alguien lanza, pero sin saber quién ha empezado la cadena ni con qué intención -y, a veces, incluso, sin ser conscientes de las ideas que propagan-. El caso de Valencia y Compromís es sintomático, pero no se limita a Twitter: entre los internautas más jóvenes se han popularizado webs donde cada usuario puede elaborar viñetas satíricas -de dudoso gusto-, realizadas de forma rudimentaria, con los dibujos de los mismos personajes (apodados memes), y usando eslóganes en inglés. No hay más de 20 memes y cada uno refleja un estado de ánimo (burla, ira, o impulso a la masturbación, por ejemplo), asociado a su propio latiguillo en inglés. Así, un usuario anónimo corta y pega la cara de un meme, dibuja el cuerpo con un par de palitos mal trazados, escribe una idea socarrona y la cuelga en la web. Cientos de usuarios rebotan el dibujo en otras webs y, por tanto, también la idea (no siempre inocua) que tiene de fondo.

Y hay quien lo sabe aprovechar: como explica De Azumendi, la Red «es campo propicio para que grupos o personas ideologizadas, y singularmente de izquierdas, que tienen un mayor hábito de movilización, difundan sus eslóganes, a veces de forma burda, o para que, de modo sutil, divulguen frases o imágenes sarcásticas e ingeniosas, para inocular ideas que la mayoría no tiene en la cabeza, y que, a fuerza de repetirlas, son asumidas de forma acrítica».

¿Cómo se combate?

La pregunta es: ¿qué se puede hacer para rescatar a los jóvenes (y no tan jóvenes) de ser carne de manipulación? La Iglesia ha optado por tener una creciente presencia en las redes sociales, y la Santa Sede organiza periódicamente congresos sobre cómo aprovechar la Red en la era de la nueva evangelización. De hecho, el Vaticano ha lanzado una herramienta on line para tener mayor presencia en las webs, e incluso Benedicto XVI tiene cuenta en Twitter y canal en Youtube.

Estar sí, pero sin confundirse

Pero, ojo, que san Pablo fuese al areópago griego a predicar el Evangelio no significa que usara los sofismas y engaños de sus oponentes. Por eso, el propio Benedicto XVI recordó, en su Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales de 2011, que «existe un estilo cristiano de presencia en el mundo digital, caracterizado por una comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro. Comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios, que sean profundamente concordes con el Evangelio». Además, proponía que a quienes les preocupe esta situación no huyan de Internet, sino que hagan un uso responsable de las redes sociales y asuman una función pedagógica en su entorno: «Tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia. El compromiso de ser testigos del Evangelio en la era digital exige estar atentos a los aspectos de ese mensaje que puedan contrastar con algunas lógicas típicas de la Red. Hemos de tomar conciencia de que el valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la popularidad que provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar hacerla aceptable, quizá desvirtuándola».

Proponer sin miedo

En su Mensaje, el Papa concluía con una llamada a no renunciar a introducir criterios de verdad en medio de la amalgama de eslóganes manidos, para que las personas puedan escoger un camino alternativo a la manipulación simplista que algunos proponen: «Los creyentes, dando testimonio de sus más profundas convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para que la Red no sea un instrumento que reduce las personas a categorías, que intenta manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos monopolizar las opiniones de los demás. Por el contrario, los creyentes animan a todos a mantener vivas las cuestiones eternas sobre el hombre, que atestiguan su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de vida auténticas, dignas de ser vividas». Es decir, que también contra la trituradora del pensamiento hace falta quien proponga razones de peso, avaladas desde el testimonio de vida.

La neolengua de Orwell

En su novela 1984, George Orwell escribió uno de los más lúcidos alegatos contra la alienación ideológica de la sociedad, inspirándose en cómo los postulados de la URSS eran impuestos con apariencia de verdad y libertad, y asumidos de forma acrítica por Occidente, bajo la amenaza de la corrección política. Entre las técnicas que se utilizan en Ingsoc, el régimen totalitario descrito por Orwell, para controlar a los individuos, destacan la manipulación y reducción del lenguaje, que el británico bautizó como neolengua, y la persecución a las ideas, con el nombre de crimental. Así explica ambos conceptos Syme, un funesto personaje de la novela encargado de perfeccionar la neolengua:

«En el fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma, con toda su vaguedad y sus inútiles matices de significado. No sientes la belleza de la destrucción de las palabras. ¿No sabes que la neolengua es el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día? (...) ¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre? (...) Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. (...) La revolución será completa cuando la neolengua sea perfecta».

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